Los orientales, y específicamente la tradición hindú, introdujeron una extraña y novedosa idea con el fin de hacer moderadamente entendible desde el punto de vista racional la existencia del universo y de la acción. Dicha idea tiene que ver con las gunas, las cualidades propias de la naturaleza. Los hindúes plantearon que quien ejecuta la acción no es el individuo, pues el sentido de “yo” no tiene causa en él mismo. Debido a que el “yo” es un subproducto mental, una idea más que se desenvuelve en la cognición y crea sentido de apropiación de lo conocido, debía de existir un mecanismo que fuera desencadenante del movimiento evolutivo del mundo, y por lo tanto de la acción que en él repercute para forjar los cambios. La interesante respuesta de los hindúes llevó a crear un modelo cosmológico y cosmogónico fundamentado en que la evolución que se advierte mentalmente desde el punto de vista dual es tan solo un producto automático de la intervención y mezcla de las gunas, las cualidades básicas de la materia.
Ha de entenderse que, desde la perspectiva Advaita, tanto las gunas como el universo y el ser humano son una expresión no-diferente y siempre eterna de la conciencia, el amor y la seidad absolutas.
Toda teoría dual cosmológica que se plantee, sean la gunas o el big bang, son especulaciones filosóficas, científicas o matemáticas que intentan dar una explicación a nuestra experiencia sensoria. Todo modelo es tan paradójico que, aunque nos sentimos por voluntad propia realizadores de la acción, nos es prácticamente imposible impedir la incesante actividad y cambio que opera en la mente. La sensación de ser actor de nuestra propia vida se afirma en la creencia de que somos capaces de tomar determinaciones voluntarias. Sin embargo, los actos que se deberán decidir aparecen por sí mismos y por sí mismos desaparecen. Jugamos a creer que controlamos el acontecer cotidiano, pero él nos supera desde el mismo instante en que nacimos hasta el momento final de nuestra propia muerte.