El ser humano cree que vive la vida y se siente alegre e inteligente al hacerlo. Sin embargo, no nota que en la mayoría de las ocasiones tan solo recuerda una y otra vez aquello que en algún momento fue presente. Pasea constante su mirada por el mundo y únicamente recuerda nombres, colores, formas y atributos. No presta atención al acto puro del estar enfrascado y absorto en la percepción presencial. Cree que vive y tan solo atina a recordar momento tras momento, a tal punto que se afirma en el conocido refrán: “todo pasado fue mejor”. Es por ello que la rutina lo agobia. Busca desaforadamente la nueva experiencia que lo arrastre a permanecer, aunque sea tan solo un instante, en el presente, pues es en ese único momento en el que se ve liberado del pesado fardo del pensar. Allí, por un ínfimo instante, “es” sin límites; allí, por fin, no se siente obligado a ser “alguien”, allí es “no-algo”.
Cuando una acción le sorprende o es novedosa, esporádicamente aterriza al presente y logra así sentirse momentáneamente vivo. El error consiste en evocar un acontecimiento, asociarlo a un presente e intentar fluir eternizándose con él. El arte de vivir consiste en permitirle a la acción aparecer en nuestra esfera cognoscitiva, vivirla intensamente y soltarla para que muera sin apego ni intento de mantenerla más allá de su necesaria expectativa de vida. Luego, con la mira puesta en el nuevo presente que se avecina, una y otra vez experimentarlo bajo similares condiciones que el anterior, con igual sorpresa, con idéntica novedad.