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Valoración de los actos

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Las leyes jurídicas que ordenan las relaciones sociales no tienen validez alguna en cuanto a que no son reglas universales y tienen validez parcial en cuanto a que norman bajo la exclusividad del bien común. No existe ley ni regla alguna que sitúe apropiadamente al individuo respecto a la valoración de sus propios actos.

Cuando se plantea vivir en comunidad se asumen reglas que permitan crear y mantener una sociedad. En este caso prima el bien común sobre el personal. Sin embargo, las leyes sociales son la expresión misma de los valores propios de quienes las crean. Finalmente es la condición democrática, esto es, la mayoría, la que determina desde el punto de vista legal la validez de un acto, y desde el punto de vista religioso la validez es determinada bajo los cánones establecidos por la fe e interpretados por los monarcas religiosos.

Los mandamientos son considerados de naturaleza divina pues son promulgados bajo la supuesta inspiración de Dios. Sin embargo, ni aún ellos logran ser fieles lazarillos en la valoración de la conducta moral. La aceptación de las leyes deviene de la fe innata o cultivada del devoto. Cualquier persona con suficiente discernimiento sabe que la vida vale más que su ausencia. Todo aquello que tiende a mejorar la calidad de vida social o interior de una persona o grupo humano ha de tenerse en cuenta como superior a todo aquello que induce descontrol, desorden y muerte. El problema real consiste en la interpretación de qué se supone qué es lo válido y qué lo inválido. Dicha interpretación suele estar cargada del egoísmo propio de quienes deciden categorizar la acción.

El hecho mismo de matar tiene connotaciones que incluso lo validan, tal como es el caso de una guerra, o el hecho de la defensa propia de un ser querido. La pregunta es simple, ¿es justificable la defensa propia o la guerra? Los últimos tiempos han demostrado que basta la decisión de un número mínimo de personas para que acontecimientos como invasiones, guerras y saqueo se validen sin que nadie levante un dedo contra los responsables. Como se podrá notar, la moral es para quienes la sufren, no para quienes la crean.