Encontrar una moral universal es un dilema sin salida; no existe un elemento que a juicio de todos merezca ser una referencia clara y absoluta de la acción. La salida propuesta por el Advaita difiere completamente de las hipótesis previstas por los sistemas de pensamiento occidentales. El mecanismo ético operante asociado a la acción no ha de buscarse bajo la polaridad que se ofrece entre lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, pues allí media inexorablemente lo relativo y surge el conflicto de lo desconocido. Sucumbir ante la fe impuesta por una determinada postura religiosa hacia las escrituras es una salida interesante pero finalmente muy pobre. Ayuda tan solo a los pocos que creen en ella. Dicha normatividad se justifica en el afán de crear una concordia que se basa en el temor, el castigo o el pecado.
Parte de la solución estriba en el concepto karma. Es muy importante acotar que el karma no posee ninguna connotación ética, sino que más bien es una herramienta que permite entender el proceso de continuidad dual del universo en sus diversas esferas de existencia. El karma está definitivamente unido al concepto “dualidad”. El karma tiene sentido y actúa siempre solo si existe, desde el punto de vista cognitivo, una relación claramente diferenciada de objeto y sujeto.
Ha de entenderse, en primera instancia, que existe una estrecha relación entre karma y cognición. Dicha relación nos permite crear un puente entre ética y epistemología. Finalmente, desde la perspectiva del Advaita, la teoría del conocimiento está impregnada de la condición propia del dharma y de karma. La acción tiene una relación con su interpretación mental. Los mundos kármicos únicamente florecen en estratos mentales donde exista sentido de “yo”.