Lo quieran o no, todo humano se aferra a algo. Y cuando se vive de esa manera, pocos pueden vaciarse completamente. Pocos pueden vaciar totalmente los pulmones al respirar y dejarlos sin aire para sentir la imperiosa necesidad de oxígeno y notar cómo la siguiente inhalación lo llena todo nuevamente de vida.
Si alguna vez has experimentado la imposibilidad de respirar, si te has sumergido en una piscina y has ido más profundo de lo que suponías y te ha costado llegar a la superficie para tomar aire, sabrás que en esos momentos no hay tiempo de pensar en el futuro. ¿Se puede pensar acaso en los miedos, en el pasado? ¿O solamente existe el aire, el ansia de aire? ¿No se convierte cada instante en eterno hasta poder tomar una bocanada de aquello que hace revivir? ¿No se convierte ese instante en lo único y fundamental?
Así es el sentimiento místico: igual que ese instante. Todo lo demás deja de importar, solo importa la visión del Amado. Cuando se ha visto a Dios, cuando se ha visto Su rostro o Su fulgor en todas las cosas, entonces la vida es como nadar en las profundidades del mar y no encontrar el instante de tomar aire para sobrevivir; así el místico solo vive para servir al Amado.