La búsqueda interior, al igual que cualquier inquietud que deba ser aclarada, requiere de cierta destreza mental para ser solucionada.
La mente es un instrumento de percepción de una sutileza inimaginable. Basta ver cómo el comportamiento humano y los mecanismos de verificación de lo conocido son extremadamente delicados y subjetivos. Escrutar la mente y vaciar sus laberintos con respuestas claras es el afán de todo sincero buscador de sí mismo. Sin embargo, el desconocimiento de la mente y sus funciones convierten la búsqueda interior en una lotería que apuesta por respuestas a veces francamente incoherentes.
Una mente organizada sabe preguntar. Preguntar correctamente es un arte de difícil acceso; requiere una lógica especial, una manera eficiente de mirar un problema gracias a la cual es posible encontrar una respuesta.
Muchas veces, al querer buscar una solución, se pregunta aquello que viene primero a la cabeza, situación que demuestra una falta de ejercitación considerable en el arte de la lógica y de la razón. Plantear una pregunta con la exquisitez del orden implica un inmenso avance en la consecución de la respuesta. Siempre hay respuesta a una pregunta inteligente.
Cuando la pregunta es inteligente no se advierte excesiva duda, más bien se atisba la sorpresa que ondea tras el brillo de una pregunta armada de forma válida por coherente. La mayor parte de las respuestas que buscamos respecto al mundo interior están planteadas sobre bases aparentemente inteligentes derivadas de la herramienta más eficaz de la que, en principio, disponemos: contrastar toda respuesta con la practicidad misma que otorga la experiencia. Sin embargo, estando nuestra vida plagada de inconformismo y cambio, este proceso desemboca habitualmente en una experiencia contradictoria sobre la búsqueda de lo Real.
Albert Einstein alguna vez se preguntó cómo se vería el mundo cabalgando sobre un rayo de luz. La respuesta a dicha pregunta siempre rondó su mente, hasta que la solución a su inquietud viajó más allá de la experiencia de cualquier hombre y logró conformar a través de la “Teoría de la Relatividad” un cuerpo de ideas pletóricas de inteligencia, simetría y elegancia. Einstein introdujo una serie de ideas en principio descabelladas, ajenas a la forma de pensamiento establecida por ser generadas desde más allá de la razón, pero que al final conformaron un cuerpo teórico único en la física.
Las grandes preguntas sobre la vida no poseen aún grandes soluciones puesto que las bases lógicas desde las cuales intentamos contestarlas están aún enmarcadas en lo cotidiano, en lo inmediato y prosaico, en una forma de ver el mundo carente de real sentido común. Cada quién intenta responder inquietudes metafísicas sobre el Ser, el Amor o el Conocimiento usando para ello bases lógicas o empíricas inaceptables. Desde ellas no es posible “enseñar” el Saber, entendido este como don de la Conciencia expresado en forma de fuerza de conocimiento, así como tampoco es posible “manipular” ese Saber de ninguna manera.
Preguntar o preguntarse sobre el Ser invita al silencio, a un silencio especial donde se recrea la fuerza de la comprensión. Una atención situada en la pregunta, sin la espera inmediata de una respuesta, es el acto más grande de saber. El susurro del silencio provoca inicialmente un inaudible movimiento que fractura la inercia e imprime poco a poco un movimiento sonoro. La atención sostenida es la clave, la atención sostenida primero en la pregunta y luego en el silencio que va tras el instante donde ella termina; he ahí la esencia de toda indagación.
Preguntar correctamente es el arte de permanecer con la mente silenciosa después de emitir una secuencia ordenada de ideas. Una pregunta correcta se basa en la lógica que conlleva no dudar antes, durante y después de realizarla. Toda pregunta válida e inteligente impide dudar una vez que es realizada. Es en ese segmento de quietud donde logra emerger la potencia de una respuesta que nace por sí misma.
Cualquier pregunta válida sobre el Ser se sostiene en una atención ininterrumpida del silencio, un silencio que no implica imposibilidad mental, sino la presencia de un acto de comprensión que conlleva la ausencia de duda. La duda no es trampolín al saber, es desorden que aboca a una lógica desde la que ninguna respuesta fundamental puede ser entendida.