Hay quien suele usar el sonido como base de prácticas meditativas. Generalmente para ello se busca material clásico, donde sobresale muchas veces la exquisita composición de Mozart, entre otros muchos.
En este tipo de práctica hay que diferenciar claramente dos cosas: una situación es analizar la música y otra muy diferente es escucharla de manera abierta y espontánea. Estudiar, analizar su ritmo o el metro de su composición, es un acto intencional. Igual lo es congratularse con el gusto de escuchar una tonada bella. En estos casos, al gratificarse o simplemente analizar el espectro musical de lo que se escucha se da como condición causal un deseo, una meta o una intención básica, por más sutil e insignificante que esta sea. Por consiguiente, aletea sobre la música la «personalización» de la acción misma de escuchar. De esta manera, ni la música ni cualquier evento auditivo pueden llegar a deslizar la atención a la experiencia No-dual. En segunda instancia, la música y cualquier evento sonoro pueden convertirse en trampolín para que la atención se resuelva en un campo No-dual; sin embargo, y para ello, es necesaria la «despersonalización» del acto de escuchar, situando la atención correctamente proyectada sobre la fuente sonora de manera sostenida.
En general, cualquier acción puede convertirse en un acto meditativo si conseguimos «despersonalizar» esa acción; dicha ausencia egoica solo se consigue como reacción a un acto conformado en el presente.