Mientras exista un “yo” en el pensar y se advierta un “yo” en el hacer, se creará un nexo entre quien cree que realiza la acción y la acción realizada. Asumir que el “yo” piensa o actúa sólo es posible en un marco donde existe pasado y se plantea futuro, puesto que solamente en el pasado y el futuro existe el “yo”. La presencia ilusoria de un “yo” crea sentido de tiempo y espacio; toda interpretación dialéctica de cualquier individuo está confinada a tiempo y espacio. El tiempo se subdivide en tiempos y el espacio en espacios; la diferenciación se da por doquier en la interpretación mental dual. Ahora ya todo está consumado: somos espectadores de un universo fraccionado en el que evolucionan nombres y formas. Cada evento existente tiene causa en uno previo; el mundo se convierte en un incesante oleaje de causas y consecuencias entremezcladas. En el temor impuesto por la mente ante la percepción de la serpiente, el caminante intenta huir del peligro que ella representa. Se pone en marcha un universo carente de sentido pero regido por la ilusoria causalidad de un caminante que persevera en cuidar su vida huyendo del mortífero veneno de la serpiente. Llegará a su casa y contará la historia a su familia; todos empiezan ahora a hacer parte de una experiencia inexistente. La información se expandirá y los habitantes, al creérsela, harán también parte de la trama inexistente. Nadie visitará aquellos recónditos parajes donde un caminante estuvo ad portas de ser atacado por una peligrosa y agresiva serpiente. El pueblo ahora teme a una inofensiva soga.