Lo que realmente genera entre las personas un mayor vínculo de relación es lo que entendemos como “amor”, o en su defecto su simetría negativa, el odio. El amor genera lazos en forma de doradas cintas invisibles que unen a las personas. Es la expresión de máxima intensidad que puede tenerse respecto a alguien. Su simetría, el odio, es muy similar en el sentido de que en ambas condiciones opera un mismo denominador común: la intensidad. En ambas se produce un encadenamiento a las personas sobre las que se proyectan ellas, se tejen lazos que son como cadenas y ambas crean una estirpe que perdura en el tiempo.
Es por ello por lo que generalmente las cadenas kármicas son cadenas de amor y de odio. El ser humano se liga mayormente por ellas y son los lipikas, los llamados “señores del karma“, las inteligencias rectoras de los procesos kármicos, los que determinan las condiciones de los diversos sistemas que habrán de configurarse acordes a todas esas tendencias previas acumuladas.