El símbolo es una representación ideográfica de una verdad ontológica. Es una representación entendible de una realidad que está más allá de lo entendible. El símbolo es una forma de presentar la información en la que se permiten múltiples significancias. Por su condición plural, siempre tiene la capacidad de agregar elementos adicionales que trasladan a una totalidad más amplia. En este sentido es algo vivo, activo, no está restringido a una única definición sino que tiene una vida propia y específica que expresa diferentes nociones y direcciones. Tiene la posibilidad de guardar múltiples enseñanzas en una sola palabra, una frase, una imagen, en la que convergen diferentes ideas sin necesidad de usar otros elementos. Eso permite al símbolo ser profundamente sintético y a la vez velador.
Lamentablemente, esta última cualidad hace que para acceder a la condición del símbolo se necesite un mecanismo de comprensión intuitiva que no es común en la mentalidad humana, pues las personas manejan habitualmente un proceso eminentemente dialéctico para generar comprensión.
La mayoría de los grandes conocimientos y de las grandes enseñanzas están basadas en el símbolo. Son pocas las descripciones abstractas o metafísicas que no posean una representación simbólica. De hecho, muchas de las grandes epopeyas de las antiguas tradiciones están escritas bajo dicha representación. Sin embargo, el símbolo no está diseñado para ser analizado exclusivamente a través de mecanismos racionales y dialécticos. La mejor forma de acceso al símbolo es la intuición. Esta asegura la posibilidad de acceder a cualquier condición específica que oculta su multiplicidad.