La búsqueda interior, al igual que cualquier inquietud que deba ser aclarada, requiere de cierta destreza mental para ser solucionada.
La mente es un instrumento de percepción de una sutileza inimaginable. Basta ver cómo el comportamiento humano y los mecanismos de verificación de lo conocido son extremadamente delicados y subjetivos. Escrutar la mente y vaciar sus laberintos con respuestas claras es el afán de todo sincero buscador de sí mismo. Sin embargo, el desconocimiento de la mente y sus funciones convierten la búsqueda interior en una lotería que apuesta por respuestas a veces francamente incoherentes.
Una mente organizada sabe preguntar. Preguntar correctamente es un arte de difícil acceso; requiere una lógica especial, una manera eficiente de mirar un problema gracias a la cual es posible encontrar una respuesta.
Muchas veces, al querer buscar una solución, se pregunta aquello que viene primero a la cabeza, situación que demuestra una falta de ejercitación considerable en el arte de la lógica y de la razón. Plantear una pregunta con la exquisitez del orden implica un inmenso avance en la consecución de la respuesta. Siempre hay respuesta a una pregunta inteligente.
Cuando la pregunta es inteligente no se advierte excesiva duda, más bien se atisba la sorpresa que ondea tras el brillo de una pregunta armada de forma válida por coherente. La mayor parte de las respuestas que buscamos respecto al mundo interior están planteadas sobre bases aparentemente inteligentes derivadas de la herramienta más eficaz de la que, en principio, disponemos: contrastar toda respuesta con la practicidad misma que otorga la experiencia. Sin embargo, estando nuestra vida plagada de inconformismo y cambio, este proceso desemboca habitualmente en una experiencia contradictoria sobre la búsqueda de lo Real.