Sentir es como cocinar: es necesario entregar los alimentos para que los consuman. En cambio, saber es como respirar: el aire que toman les sirve solamente a ustedes. El aire que ustedes toman les da vida a ustedes, pero en cambio lo que cocinan les da vida a otros. Nadie puede retener el sentir, es imposible retener el sentir. La naturalidad del sentir es la expresión de integración con todas las cosas; en cambio, la condición y la connotación del saber es la integración de uno mismo con todo lo que existe. Esas dos direcciones que generan comprensión (una comprensión que me permite saber que más allá de mí soy yo, que más allá de mí soy todas las cosas), esa comprensión sensible devocional y esa comprensión discernitiva son la base de nuestra búsqueda interior porque son condiciones absolutamente inindagables de la realidad.
Más atrás de ellas no existe absolutamente nada no contenida en ellas.
El sentir procura desfogarse. El sentir es como una chimenea que no debe ser tapada en la parte superior, pues sino el humo intoxica a los dueños de la casa. Así, las personas sensibles que no entregan ni se entregan suelen intoxicarse con aquello que sienten. Guardados en sí mismas sus sentimientos, tratan infructuosamente de convertirlos en pensamiento, y ello aumenta la confusión. Así, si quien comprende mediante el acto sensible no funciona con base a su naturaleza espontánea y natural sino que vive bajo otra condición, es decir, si convierte el sentimiento en pensamiento, finalmente no sabe si está sintiendo que piensa o si piensa que siente.