Tanto sentir como pensar siempre desembocan en la conciencia, como todo río desemboca en el mar. El sentimiento místico es un excepcional arrebato que no tiene nada que ver con el sentimiento y la emoción, sino que es una forma excepcional de comprensión que llega de una manera directa sin que medien los artilugios que la mente suele poseer en el proceso dialéctico común. El ser humano ve extraña esta sensación de entrega, puesto que siempre que actúa o piensa, guarda para sí algo del pasado en caso de que lo requiera en el futuro.
La comprensión, como acto consciente, es independiente del sentir y es independiente del pensar. La conciencia es una condición que prevalece y es Aquello que conoce, en lo cual se montan como olas sobre el mar los pensamientos y las emociones. Existe una comprensión mística excepcional que está llena de todo y ausente de nada: cuando la compresión se mantiene, la integración que se tiene con aquello que se ama ocurre.
Y lleno de Aquello, entonces viene el gozo. El gozo que no cabe en el cuerpo, ni en el corazón, ni en la cabeza y entonces, nace el llanto. El cuerpo tiembla, la carne es trémula, la respiración es entrecortada y, a veces, aparecen palabras sin sentido o solamente el deseo de cercanía con aquello que se ama.