La respiración tranquiliza la mente, pero el sesgo de tranquilidad que produce es relativo. En mi mundo, por ejemplo, ser consciente de la respiración es como transitar saltando en un solo pie de América a Europa, algo demasiado lento. Para muchos puede ser una panacea pues, ante la inquietud mental que se presenta, la respiración puede ser como una tabla a la que agarrarse mientras se flota en la tormenta de la mente.
Estar atento a la respiración se convierte en una práctica válida si se hace «despersonalizadamente». Atender desde la respiración a la respiración se convierte en foco de la disolución yoica. Pero si respiras desde tu control mental de inhalar, retener y exhalar, entonces la respiración se convertirá en un mar de lágrimas.
Respirar es inevitable, ya sea para meditar o no, pero si el «yo» está presente como elemento activo en dicho proceso, entonces tu mente lo experimentará como hábito de tranquilidad. Dicho refuerzo constante llegará a condicionar tu propia práctica meditativa futura, es decir, serás esclavo de atender a la respiración.