Cuando se empieza a practicar meditación, cuando la atención se sitúa constantemente en el presente, se deja de alimentar los samskaras que frecuentemente surgen. Por ello suele suceder que prolongar continuamente la atención al presente derive en algún tipo de molestia como resfriados, gripes, fiebre, sueños intensos, etcétera. Incluso a nivel mental, y aunque parezca paradójico, puede que toda actividad inicialmente se advierta con mayor inquietud, los sueños se hagan más alocados… Todo ello no es más que un indicativo de que el trabajo se está haciendo bien, de que se va por el buen camino. Toda esa sintomatología no es más que el conjunto de intentos del samskara que, por verse “acorralado”, induce todo tipo de artimañas para confundirnos. En toda confusión el samskara encuentra un terreno fértil para plantarse, por ello no se debe negociar con el pasado ni con el futuro. La atención debe ser siempre presencial.
La clave radica en permanecer presente en esos períodos de desesperación, que pueden durar unas horas o unos días, nunca más de tres, en los que la intensidad de la vivencia, del dolor o el vacío puede ser brutal. Si en ese tiempo el practicante logra mantenerse atento al presente, si logra aferrar su percepción una y otra vez al evento que acontece en el aquí y el ahora, lo que termina ocurriendo es que el hábito se consume a sí mismo. El samskara termina consumiendo la energía que ha estado usando en cada exacerbación al intentar sobrepujar sobre los restantes hábitos mentales. Finalmente, no teniendo fuerza para vivir, de forma análoga a como un cuerpo cansado y enfermo que no puede alimentarse por vía externa termina recurriendo a su propia carne para subsistir, el samskara termina autoextinguiéndose.
Eso ocurre con los hábitos mentales, específicamente con los samskaras, si la evidencia del presente se sostiene con la suficiente continuidad y firmeza para resistir el embate del hábito por mantener su identidad.