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Reeducar al sistema mental a través de la vida misma

  • Categoría de la entrada:Mente

La vida misma es el mejor laboratorio de aprendizaje. En el cotidiano vivir detectamos continuamente dos facetas conscientes fundamentales: reconocernos a nosotros mismos y reconocer el mundo.

¿Qué constituye el mundo interior? Nuestros recuerdos, los pensamientos asociados a la niñez, a la adolescencia, juventud y madurez. Todos ellos van y vienen con diferente intensidad; muchas veces aparecen como las nubes en el firmamento, sin sentido de dirección, vienen y van como los automóviles en las calles, como el viento que gira sin aparente orden en cualquier recodo del paisaje.

El mundo interior asociado a los sueños igualmente se bate en un constante cambio. No somos los mismos en cada sueño ni se mantiene la identidad del soñador a lo largo de la misma noche; incluso en el mismo sueño cambiamos nuestras propias facetas de personalidad. Nuestros sueños se construyen con retazos de memoria que se adhieren unos a otros para conformar trenes de pensamientos.

Lo que somos como entidad psicológica es aquello que pensamos. Ni despiertos ni dormidos existe un orden definitivo. El caos se apodera de las percepciones una y otra vez. Estamos impedidos a mantener un eje central psicológico porque no hay una referencia interior estable. Todo cambia, desde nuestros pareceres a nuestros recuerdos. El ir y venir de la mente tempestuosa nos lleva a la tormenta de pensamientos sin sentido que aparecen a la luz de la conciencia.

¿Por qué no encontramos el sentido de autoevidencia estable? Porque nuestro mundo psicológico es totalmente variable. ¿Cuál es la salida a este dilema personal? Reeducar al sistema mental a través de la vida misma, aprovechando el hecho de simplemente estar atento a cada cosa que se está produciendo, para encontrarnos a nosotros mismos.

¿Cuánto puede durar el proceso de reeducación mental? Seguramente vidas. ¿Cuántas? Muchas, pocas…, eso nadie lo sabe. Es un completo misterio, pero en algún momento hay que empezar, solo por el hecho de la dignidad misma de existir con coherencia.