Cada vez que la percepción se ve teñida por un rastro de voluntad se produce la sobreimposición de un influjo de ilusoriedad a la que denominamos maya. La pregunta, por tanto, no es qué se ha de hacer para alcanzar la percepción no-dual, sino qué se está haciendo para pensar y cómo dejar de hacerlo cuando no corresponde. Así entonces, en el Advaita se plantea como base para encontrar la razón de ser de las cosas el análisis del proceso cognitivo; más aún: se considera que la clave que da salida a los grandes dilemas es epistémica.
Según ese análisis, se configura la mente, antakarana, con base a un modelo constituido por cuatro funcionalidades que operan: a) chitta, memoria; b) manas, fluctuación; c) ahamkara, yoidad; d) budhi, comprensión. Estas funcionalidades son las que inducen una estratificación en la percepción, pero el modelo permite plantear formas de cognición en las que no necesariamente intervienen chitta, manas ni ahamkara para que se dé la comprensión, sino budhi. Esto choca frontalmente con la perspectiva occidental según la cual la comprensión se sustenta siempre en el proceso dialéctico (confrontación tesis/antítesis para generar una síntesis-comprensión)
El proceso dialéctico implica una secuencialidad, una intermitencia. Pues bien, la clave estaría en posar la atención de forma presencial entre pensamiento y pensamiento, es decir, entre movimiento manásico y movimiento manásico para constatar, de forma viva y directa, que ahí también hay comprensión, budhi. Occidente plantea la conciencia como un continuo pensante y aún no tiene la capacidad de entender que hay procesos cognitivos adicionales que no son explicables desde la dialéctica. Oriente plantea un continuo pensante y no-pensante y ha aprendido a sostenerse en los espacios entre pensamiento y pensamiento para acceder a una representación del universo que se experimenta como no-dual.