Realizar cualquier actividad externa y estar correctamente situados en ella implica depositar la atención en el presente y reaccionar exclusivamente ante los eventos que nacen en él. La atención debe situarse fuera de la cabeza y del cuerpo y colocarse en el ámbito de los objetos externos, no debe situarse dentro de la cabeza; debe proyectarse mediante los sentidos a los objetos de percepción.
La reacción al presente puede ser también mental, es decir, es posible pensar mientras se está afuera, siempre que ello sea una reacción al presente. Si, por ejemplo, alguien solicita tu número telefónico, entonces usas tu memoria para localizarlo; ello es válido, puesto que el presente te lo solicita mediante quien te lo pregunta.
Siempre que estamos experimentando el mundo y reaccionamos física y mentalmente respecto a algo que no hace parte del presente, entonces estamos percibiendo erróneamente.
El estado de conciencia de Observación externa es aquel donde la percepción no genera sentido de distancia entre quien percibe y el objeto conocido. Detectar los objetos situando la atención en ellos y experimentar así el mundo impide la aparición de un yo, y permite descubrir que no se requiere de un sujeto activo como parte integrante de la percepción y, por ende, del conocimiento.
Esta forma de percibir los objetos de forma presencial reporta innumerables ventajas: no aparece sujeto que se preocupe o angustie, no aparecen pensamientos, recuerdos o emociones que no sean requeridos por el propio instante presencial; es una percepción exenta de tensión psicológica, una percepción fluida y continua que puede trasladarnos a los mas altos estados de conciencia.
Es erróneo observar el mundo con distancia, produce duda, apatía, y se experimenta sin intensidad. La correcta percepción del mundo ofrece una especial vivacidad de los objetos, mayor brillo y tridimensionalidad espacial, produce exaltación, genera solaz, ausencia de temores, angustias y cualquier otro contenido mental, así como la ausencia de esfuerzo por vivir.