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¿Quién controla la mente?

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Intente permanecer en el acto simple de la cognición del presente realizando una observación limpia de su entorno sin incluir nada de sí mismo a lo que conoce; evite todo juicio. Observe cualquier estrato de su mundo externo: una pared, el piso, una nube, su propia mano. ¿Sabe qué ocurre? Lo normal. Por más que lo desee, y en el mejor de los casos, podrá permanecer experimentando tan sólo un par de segundos el evento escogido sin adosarle algo de su propia experiencia. Si escogió la mano dirá mentalmente: “dedos”, “uñas”; si escogió la pared, afirmará: “color marfil”, “lisa”, “cuadro”, y así sucesivamente. Sin quererlo atribuirá “nombres” a las formas presenciales que intenta experimentar o atribuirá “formas” mentales a las imágenes sensorias que tiene de los objetos experimentados. Luego de algunos momentos la pared o la mano que intenta vivamente presenciar pasarán a segundo término.

Cadenas de recuerdos o emociones que tienen que ver con sensaciones o vivencias pasadas inundarán su propio mundo interior dando cabida a un universo desordenado y carente de todo presente. Ahora pregúntese: ¿quién controla la mente? ¿Quién controla el acceso y la salida de información de la memoria? Nadie; el “yo” brilla por la ausencia de control de los procesos mentales; él mismo, el “yo”, es tan aleatorio como cualquiera de los pensamientos de los que es aparentemente testigo. Así, mientras intenta mantener su atención fluyendo en algún objeto escogido, notará que ella se desvía a cualquier lugar de los miles posibles que hacen parte de su propia memoria. Por más que trate de evitarlo le será imposible hacerlo, siempre caerá pensando en un mundo que no fue el planeado.