Un campo cerrado puede ser denotado mediante un nombre o una forma. Así, cada nombre parece diferente de cualquier otro y cada forma parece poseer características peculiares. Al universo normalmente se lo percibe como campos cerrados, es decir, como “árbol”, “brisa”, “recuerdo” y todo concepto que hace parte del diccionario.
La información abierta no puede ser descrita racionalmente mediante nombres y formas, pues las fronteras entre sus constitutivos no se detectan mentalmente. Como ejemplificación, percibamos una gota de lluvia que cae a un lago. Antes de que ocurra el suceso podemos diferenciar claramente el agua de lluvia respecto al agua del lago. “Lago” y “lluvia” definen con nitidez a cada campo. Pero en el instante de disolverse la gota, las fronteras entre uno y otro campo no se detectan. Sigue existiendo la gota y lógicamente permanece el lago, pero no existe una frontera clara que determine uno y otro. De esta manera, cuando existe un nivel muy alto de presencialidad en la percepción los campos cerrados se convierten espontáneamente en campos abiertos. Así, el universo percibido sigue existiendo en sus individualidades pero no se detectan mentalmente fronteras entre ellos. El universo adopta una condición no-diferenciada y la conciencia se convierte tanto en el pegante entre los objetos como en los objetos mismos.
En los estados duales la conciencia aparece como diferenciada en forma de perceptores independientes y es allí, en los mundos asociados a la individualidad, donde es más fácil hablar de campos de información cerrados. En esos mundos duales pareciera que la información va por un lado y la conciencia por otro. Por eso es posible, desde ahí, ver la información como constituyente tanto de los objetos materiales como de las entidades ideales. Para salir del círculo vicioso de la individualidad y de la realidad entendida como “materia y/o idea”, toca convertir los campos de información en campos de cognición, para poder así plantear un nuevo tipo de realidad a la que denominamos “no-dual”.