El hecho de que los sentidos se desconecten en la medida en que la práctica meditativa interna se haga más profunda, obliga a adquirir una postura que no alerte ni agobie al cuerpo, para evitar así que la atención decaiga en el dolor que se advierte cuando el cuerpo físico está agotado por mantener una posición desacostumbrada.
Se busca que la columna vertebral esté erguida, pues de esa manera el peso del tronco y la cabeza se traslada a la cadera y piernas. Una columna no erguida obliga a que la musculatura del torso se active, llevando con los minutos al dolor insufrible que obliga al sentido del tacto a reconocer las molestias y, con ello, el mundo externo.
Es posible practicar la desconexión sensoria en una silla cómoda o en un sofá, incluso acostado, pero impidiendo que la experiencia decaiga en el sueño. Acostumbrar al cuerpo a los prolegómenos de la meditación es tarea del hatha yoga, práctica psicofísica que entrena y desarrolla las inmensas posibilidades energéticas y físicas que el cuerpo posee naturalmente.
Así, entonces, una postura adecuada impide que la atención recaiga en el tacto y con ello se avive nuevamente el mundo externo. Si quien practica tiene algún tipo de disfunción o enfermedad que le impide una posición yóguica, que no se preocupe, que use una banca cómoda o, en último caso, la cama o una moqueta placentera. Lo importante en la práctica interior es la fuerza autorreflexiva y no la postura física.