Cuando la mente se sitúa en el presente cambia la perspectiva de la realidad que percibes y entras automáticamente en cualquiera de los tres estados de conciencia superiores: Observación, Concentración o Meditación. Pero si tu mente está desordenada y acostumbrada a rondar por la historia, entonces te sumirás momentáneamente en la fantasía. Tu atención, al darte cuenta que piensas, aparecerá como un delfín que sale a la superficie cada tanto a respirar. Creerás que la atención viene y va como el delfín cuando respira, pero no es así.
El truco es saber reconocer qué es el presente y cómo situarte en él. Desde la cognición presencial notarás que los pensamientos vienen y van, y empezarás a notar la continuidad del acto de estar atento. En cambio, desde los estados no presenciales serás testigo de que los pensamientos son continuos y que la atención va y viene cíclicamente.
¿Por qué no notas que la atención es continua? Por el hábito erróneo de percepción que tienes. Tu mente está acostumbrada, como los delfines, a tomar aire momentáneamente en el presente; tu mente no es como un atún, pez que jamás sale en vida a la superficie a respirar.
Tu mundo cognitivo está supeditado a pensar continuamente despierto y a pensar continuamente dormido. No conoces más realidad que esa. En ambos mundos, sueño y vigilia, la mente se advierte continua y la atención parece cíclica. En los restantes estados de cognición, Observación, Concentración y Meditación, los pensamientos son cíclicos y la atención es cada vez más estable.
Tu mente, de tanto merodear por el sueño y la vigilia, está acostumbrada a identificarse con tu cuerpo y con tus recuerdos. A ciencia cierta crees que eres ellos, te reconoces a través de tu propia historia y de tus sensaciones físicas. A dicha creencia le denominamos “identificación”, “adyarupa” o “maya”. Desde esta perspectiva de identificación asumes como real un mundo que no lo es. Al realizar la acción identificándote con las consecuencias de tus actos y recreándote en los frutos generados por ellos, haces que dicha ilusión se mantenga; a dicha permanencia de la irrealidad la denominamos “karma”.