El ser humano está acostumbrado a vivir a destiempo. No es común que esté atento a vivir los acontecimientos que la vida misma trae en forma de presente. Al contrario: intenta siempre evitar situaciones que comprometan su tiempo, su espacio y su capacidad decisoria. Bajo esta perspectiva, cuando un suceso desagradable se evidencia en su esfera personal, intenta a toda costa minimizarlo o simplemente lo rehúye, tal como la superficie cargada de un imán se aleja de otra superficie de igual carga.
A su vez, cuando un hecho agradable toca las puertas del presente se intenta a toda costa detener el tiempo y “eternizarlo”. Con todo el esfuerzo que ello representa, un momento agradable, maravilloso o bello se intenta convertir en inamovible; debido a la ignorancia nos ocupamos en detener el tiempo, intentando alargar el momento todo lo posible, aunque inunde la realidad de otro espacio diferente de la vida. Esta errónea forma de vivir hace que lo cotidiano se convierta en un campo de batalla donde los recuerdos, los deseos, los anhelos pugnan unos con otros por aparecer en la esfera consciente del individuo. A costa de ello, perdemos el brillo derivado de la vida que el presente ofrece mientras ocurre sin que lo notemos.
Es importante recalcar que el pasado es válido, e incluso necesario de recordar, pero ello debe hacerse única y exclusivamente cuando el presente mismo deriva en la necesidad misma de la evocación, como es el caso de quien necesita tomar una decisión y evoca su experiencia con el fin de solucionar un problema. Es válido el viaje al pasado sólo cuando el presente lo requiere; mientras tanto, la mente debe exclusivamente situarse en el acontecer de lo que la vida muestra en el presente.
Inundar el presente de acontecimientos evocados cuando ellos no corresponden induce al caos mental. El caos mental no es más que la imposibilidad de situarse en el presente y reaccionar efectivamente de su mano. Las situaciones válidas de recordar han de tener relación con la necesidad de una reacción ante el presente; mientras no sea así, la mente debe suprimir cualquier intento de evocación y ha de ser situada en el devenir del “aquí y el ahora”.