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Pensar

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Pensar es permanecer atrapado en la incesante y agitada red de la memoria. Allí, pensando sin descanso y sin control alguno, la información previamente registrada nace a la consciencia vez tras vez. Tan sólo por pequeños momentos se suele dar coherencia y linealidad al proceso pensante mediante la síntesis de un acto dialéctico coherente. Realmente, el problema no es pensar; el inconveniente reside en hacerlo sin el más mínimo sentido de orden, similar a bracear sin dirección precisa mientras se nada en el mar sin dirigirse a la costa o a un punto de descanso. Pensar descansa cuando finalmente el juicio sintético logra construirse completamente y llega a puerto seguro en forma de certeza. Pero una mente dubitativa, carente de certeza e inmersa en un alocado pasado evocado sin control lleva al desenfreno, al agotamiento de cuerpo y mente, al estrés y a la enfermedad.

En el desvarío propio de la evocación incesante y descontrolada es posible trasladarse de la niñez a la adolescencia, y de allí a la juventud. Incluso es viable repasar sucesos próximos y notar que lo único en común a cada una de las experiencias es un “yo”, mas cada uno de ellos no es el mismo “yo”. El “yo concepto” prevalece, mas este no es algo, es tan solo la sensación de pertenencia de cada pensamiento. Cada pensamiento emitido tiene un dueño, pero este dueño muere cuando muere el pensamiento. La aparente continuidad del “yo” no es más que la existencia de hábitos similares creados por pensamientos similares.