Somos lo que comprendemos. La comprensión es lo único que la muerte no consume. Las compresiones son como la brújula que marca siempre de manera clara el norte. Gran parte de nuestras comprensiones son erróneas, y es la vida quien las desdibuja mediante el dolor o mediante la aparición de nuevos saberes, para que otra más firme renazca a cambio como ave Fénix. Nos debemos a lo que sabemos, sea cierto o no dicho saber. Nadie puede culparse de haber errado cuando, reaccionando bajo la comprensión, realizó una acción. Pero lo que sí debe advertirse es que, al reconocer que dicho saber no era válido, el nuevo aprendizaje debe llevarnos al novedoso norte que impulsa el aprender.
La práctica meditativa es un sendero de aprendizaje continuo y, por lo tanto, de comprensiones momentáneas. Pero aun así, esas pequeñas comprensiones son lo único que nos llevará algún día al destino correcto. Por ello la investigación y la claridad respecto al mundo interior deben ser las bases sobre las cuales construimos nuestra interioridad. La comprensión nos lleva paso a paso a aprender de nosotros mismos y de nuestra mente. Finalmente, dicho saber acumulado abrirá paso al conocimiento interior estable.
No se debe temer al cambio, como tampoco se debe temer al aprender. La experiencia de la vida es nuestro mayor maestro. La vida tiene sentido si depara comprensiones. Nunca teman al dolor pero, en cambio, aprendan de lo que sus punzadas provocan en nosotros. ¿Qué sentido tiene sufrir si no aprendemos de ello? Tenemos suerte de poder aprender, de cambiar, de mejorar; somos la suma de una experiencia que busca siempre perfeccionarse.