Asistente: Siento amor al interpretar música.
Sesha: La idea del amor es eso: una idea. ¿Hay medida en la expresión de lo que sientes?
Asistente: No sé, según mi medida personal.
Sesha: Es que esa medida personal proyecta necesariamente un límite. Eres una persona profundamente intensa en el amor. ¿Qué te despertó esa intensidad? Seguramente la pareja. ¿Sabes qué otra cosa te ha despertado profundamente la intensidad? La devoción. Tú eres una persona altamente devocional; cuando apareció la devoción en tu corazón despertaste a aquello que antes sentías pero no podías expresar. Planteo que la expresión de tu intensidad no está en la misma dirección que la intensidad con la que eres capaz de expresarla. Enseñar también te permite expandir esa condición altamente sensible que posees. El acto pedagógico te otorga la intensidad de saber estar sin pensarlo.
Cuando no había «pareja», ni «devoción», ni oportunidad de «enseñar», tu vida era intensa pero no se manifestaba como plenitud. Dicha intensidad nunca murió, simplemente fue siempre más fácil expresar su ausencia, es decir, sentirte plano, expresarte en planitud de sentir, mantener un constante vacío en tu vida.
En la medida en que experimentas y van apareciendo nuevas posibilidades en tu vida, encuentras que todavía tienes más elementos con los cuales puedes relacionarte y tener mayor intensidad.
La nueva pregunta es: ¿en tu mundo hay más intensidad de la que la «pareja», la «devoción» y la «enseñanza» te proporcionan?
Asistente: Sí.
Sesha: Sí. ¡Claro que sí hay mucho más! Ahora ha despertado la alegría en la sencillez, la alegría en la simpleza, la alegría en cosas cotidianas. Porque antes la alegría estaba dirigida a tu pareja o estaba dirigida a la devoción —a la cual tú respetas mucho y te es muy grata— o la alegría se dirigía a la enseñanza.
Pero ahora has logrado una cosa que es simple: es la alegría en lo cotidiano. Si has aprendido a adquirir algo con el tambor es la alegría en la vivencia de las cosas simples.
Ahora, te planteo otra cosa: ¿puede que tu sensibilidad esté mucho más allá? ¿Acaso estas cuatro actividades son capaces de expresar lo que realmente tú sientes y eres?
Contestaría por ti diciendo que eres una persona eminentemente sensible, que dicha sensibilidad es mucho más fuerte que esas cuatro cosas que has encontrado para expresarla.
La libertad al sentir se logra cuando no existe fraccionamiento alguno. Solo el sentido absoluto de sentir permite la presencia plena de la libertad. Mientras no experimentes dicha libertad total, tu mundo va a vivir siempre fracciones de sentir; un ir y venir a objetos o eventos que te otorgan cierta placidez y que, después de vivenciarlos, se desdibujan nuevamente. Por lo tanto, la libertad no se sostiene en un tipo de actividad específica, sino en la destreza de cómo te enfrentas a ella.
Bien sabes ya de ti que ninguna acción te otorga la libertad que intuitivamente anhelas. Todo evento lleva implícito un límite que tu mente no puede traspasar. Sé que tu corazón resguarda con sumo aprecio la devoción; ella es cada vez más fuerte. La devoción llena una parte de tu vida pero aún no lo suficiente. La enseñanza te ha despertado regiones de interés profundo, de aprendizaje y de comprensión. Pero sabes que aún falta más; siempre, al parecer, falta algo. Y con el tambor ocurre lo mismo. Lo que necesitas es la libertad total; es lo único capaz de calmar tu sed de existir.
A toda hora te enfrentas a la penosa condición de no poder vivir tu necesidad de absoluto, aunque tu sensibilidad esté dispuesta y preparada para lograrlo. Eres consciente de la altísima necesidad que tienes de ser libre y no encuentras aún nada que llene tu sed de ser sin límites.
Sé que eres capaz de amar con totalidad, de sentir sin límite alguno, pero estás desesperado y sufres por no lograrlo. La representación de todo lo que te falta en tu mundo es el encefalograma plano que sueles percibir en ti en la práctica interior.
Estás desesperado por conocer lo Infinito, ese es tu gran problema. En el fondo, todo lo que has experimentado no te lleva allí; te acerca, te ha liberado de muchas inquietudes, pero no te llevó más lejos de aquello que, bien o mal, ya conoces. Ha tranquilizado al buscador pero no ha diluido al buscador. Lo tuyo se calmará cuando Aquello more en ti.
Si escuchas lo que te he dicho vas a aprender a ser feliz con lo que ya posees, y convertirás lo que no tienes en una esperanza, una maravillosa esperanza que no depende de ti ni del pesado fardo que te agobia cargar. Esa es la única diferencia que otorga ser libre, vivir sin esfuerzo por vivir. Entonces no convertirás la necesidad que tienes en un dilema para tu vida, y tampoco convertirás la aspiración profunda que tienes de la Realización en algo que te impide caminar. Pero hay algo en ti que, con pesadez, con desesperación y con seriedad, buscas pero no encuentras. Entonces, en vez de ver el vaso medio vacío, lo verás medio lleno. Así la vida no será tan conflictiva para tus sistemas y tampoco lo será para tu sensibilidad.
Para intentar redondear lo que te comenté hace un instante, respecto a la percepción de tu propio vacío que, como bien dices, es plano, debes ingresar un elemento que ya es tuyo y que seguramente no notas.
Imagínate que tocaras el tambor de noche, vendados los ojos. Allí, interpretando, con el tambor en tus manos, notarás que asociado al ritmo nace un momentáneo estado de plenitud. Puedes pensar en él, en el estado de plenitud, pero será mejor si te dejas caer en lo profundo de la sensación. Eso que te absorbe y llena de vida es lo que tú Eres. Pensar le es grato al yo, en cambio disolverte te otorga la libertad.
¿Acaso el mundo interior o cualquier percepción ajena al tambor podría llevarte al mismo lugar, precipitarte al mismo lugar donde tu disolución es inminente?
Lo que tienes que ganar de la vida es lo que tú ya Eres, es la exaltación de simplemente vivir. Ello no es solamente la alegría con la que haces las cosas, es mucho más que eso. La exaltación de existir entregado a un momento único es lo que hace que cualquier instante tenga la validez que provee la libertad.
Y tú me dirás: ¿qué hago para sacar esa alegría de ser? Te responderé: haz lo mismo que cuando amas, enseñas o te devocionas. Para llamarlo de alguna manera, es una forma de “entrega”. Sí, es una forma de soltar, es una forma de confiar en ti y en la vida misma. Llámalo como tú quieras, pero se despierta porque ya está en ti y se oculta porque tu mente la oculta.
Eso está también en la práctica meditativa. Imagínate que ella es un tambor que interpretas, para lograr observar los pensamientos a la distancia o simplemente notar su disolución. Obsérvate a ti mismo con igual soltura a la que ya posees en los campos de la interpretación, del afecto de pareja, de la devoción o de la pedagogía. Convierte el instante de observarte a ti mismo en una composición de ritmos tal cual ejecutas al tambor.
La exaltación que te produce interpretar el instrumento dará paso a la exaltación interior que ofrece la percepción del vacío de pensamientos. Allí, en el mundo interior, podrás notar el entusiasmo, la exaltación, el impulso de vida, la naturalidad de fluir al soltarte, al entregarte. Ese estar sin estar, ese hacer sin hacer es lo que lleva a la libertad.
Y aunque necesitas la meditación, y aunque sabes que ella es un camino, no le das lo que tú Eres, no le otorgas tu entrega. En cambio el tambor sí saca tu sensibilidad, a él se la entregas en los instantes de tu interpretación. A la meditación le entregas tu esfuerzo, al tambor tu alegría. Pero hay algo que no le entregas a la meditación que a lo mejor se lo das a los amigos o a otra actividad; o no, a lo mejor a los amigos les das tu amistad pero no les das tu vida. ¿Ves? Hay cosas que das y cosas que no.
Tal vez el miedo a pronunciar “te quiero” sea suficiente para colocar una especie de losa que impide notar el calor que la palabra ofrece. Tal vez el tambor te da la posibilidad de expresarlo abiertamente. Pero has de saber que el amor ya subyace en ti, que se acomoda en el acto de libertad que procura la entrega, que otorga el presente.