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Meditación y terapia

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Estudiante: Soy terapeuta y trabajo con pacientes que, cuando llegan a sesión, la mayoría de ellos no se reconocen a sí mismos y están muy polarizados; yo misma, cuando llegué a sesión como paciente, tenía una gran confusión sobre quién era yo y cómo era mi relación con los demás. Durante años mi práctica de la meditación consistió en hacer como que yo no existía, hasta que terminé en un estado de imposibilidad de percibir cómo era el mundo; me sometí a mí misma a una condición de inexistencia por mi necesidad de transcender a otras experiencias y estados.

Después del trabajo terapéutico mi sensación fue la de recomponer un puzzle que de nuevo me constituía en un todo que tenía nueva entidad para acercarme y conocer. Es decir, de nuevo aparecía un yo mental, físico y espiritual cohesionado, no sé cómo llamarlo, que me daba posibilidad de experimentar el aquí y el ahora, el presente… Mi duda es que tengo la sensación de que el trabajo terapéutico se contradice con la idea que yo entiendo de lo que leo en tus escritos; si yo no promuevo que los pacientes, que en su mayoría se presentan superdesestructurados, reorganicen un yo que se diferencie para salir de su neurosis, ¿cómo hacer para que esas personas tengan algo desde donde moverse en lo cotidiano?

Mi experiencia personal es que fue nefasto empezar a practicar la no existencia de mí como observadora pues me llevó a un estado de desconocimiento e inexistencia de mí misma que considero patológico. Solo desde el reconocimiento de un yo mío diferenciado he podido moverme hacia la experiencia que, según entiendo, propones de no-dualidad, y ahí me encuentro con esa duda.

Sesha: Tu trabajo terapéutico es correcto. Un ser humano que llega a la madurez requiere un «yo» estable, y la terapia lleva a poder contener la propia identidad llevando al personaje a tomar las decisiones correctas de su vida. El mundo no es tan solo vivir, es explicar la razón de la realidad. Cuando esto ocurre, entonces se desarrolla la etapa de búsqueda interior, donde el «yo» se convierte en un incómodo pasajero de dicha búsqueda. Es primero necesario afianzar un «yo» para, ya afianzado, poder ir más allá de él.