A la hora de analizar la naturaleza de los contenidos mentales que se suceden, los sucedidos y los que se sucederán, se observa un muy alto grado de coincidencia entre la apreciación del vedanta respecto al funcionamiento de la mente y la teoría clásica que ofrece Patañjali. Lo que hice en su momento fue tratar de encontrar los mecanismos pedagógicos para hacer asequible la vivencia de los diferentes estados de conciencia pero, a la hora de abordar esta tarea, me encontré con un aspecto que se resistía al análisis y, por tanto, a su encaje en el conjunto de pautas que había modelado mediante mi experiencia directa del análisis de la mente.
La configuración de los estados de Observación, Concentración y Meditación era, desde este punto de vista, totalmente coherente en el sentido de que podían relacionarse con la No-dualidad vistos a través del modo en que en ellos se daba la relación sujeto-objeto, es decir, a través de lo que se denomina la “particularidad”1, la “totalidad”2 y la “No-dualidad”; o podían también asociarse con diferentes tipos de sujetos3: a través de los que implicaban una modalidad de diferenciación (onírico, vigílico y observador o eksin), y de no-diferenciación (saksin y atman). Ya había una especie de maquinaria armada que era muy clara, no tenía fisuras por ningún sitio.
Cuando indagué en mí mismo la naturaleza de los procesos mentales y de los estados de conciencia, podía en cualquier momento detectar las características del estado de conciencia percibido y saber cómo funcionaba la mente; sabía a ciencia cierta qué es lo que estaba ocurriendo en el mundo interior excepto, precisamente, en algunos instantes en donde momentáneamente se daba el cambio de estado de conciencia, en el aparente espacio entre uno y otro de cualquiera de los cinco estados.
Pasaba de Observación a Concentración, o de Concentración a Meditación, y había ciertos instantes en donde, extrañamente, no sabía a ciencia cierta qué pasaba; y no me refiero a los mismos estados, sino al momento específico del cambio entre ellos. Durante muchos meses mi tarea consistió en indagar qué es lo que había allí, qué hay en ese momento, en ese “clic” que aparece justo en el instante en el que se abandona un estado y va a aparecer el siguiente.
1 PARTICULARIDAD tiene que ver con la representación mental de cualquier contenido percibido. Dicha interpretación hace que la Conciencia, mediante la atención, se dirija a reconocer mayormente. la entidad que conoce; el sujeto. Es decir, la tendencia a que la unidad cognitiva se parta sucesivamente hasta quedar exclusivamente el sentido de Sujeto.
2 TOTALIDAD tiene que ver con la representación mental de cualquier contenido percibido. Dicha interpretación hace que la atención, como acto dinámico de la Conciencia, se dirija a integrar la unidad cognitiva de tal manera que la prioridad de lo conocido tienda a ser el Objeto de cognición.
3 Los estados de conciencia requieren, como su palabra indica, diversos perceptores a cada uno de ellos. Así, el perceptor de los cinco estados difiere uno a otro como difiere el que sueña del que está despierto. Lo único que une y encadena los estados de conciencia es la Conciencia misma.
La manera de analizarlo me llevó a asignarle una palabra: lo denominé “umbral”, porque es un espacio en el que convergen dos situaciones, dos realidades; pero el concepto “umbral” no lo define completamente, simplemente denota una especie de ambiente en donde esos dos mundos coinciden, se intersectan.
NATURALEZA DE LOS UMBRALES (I)
Cada vez que intentaba lanzarme a ese sitio y permanecer en él para poder estudiarlo, en el instante donde quería analizarlo, inmediatamente desaparecía. Es como si el umbral se resistiese a ser analizado; cada vez que trataba de acercarme a él de cualquiera de las maneras y trataba de meterme justo en ese punto en donde un estado muere para empezar el siguiente, en el instante mismo en donde estaba a punto de detectarlo, lo que aparecía era un estado de conciencia, pero no un umbral; era una cosa extraña: lo reconocía, sabía que estaba, pero cada vez que lo quería atrapar, ya no estaba. Era algo paradójico.
Pasaron muchos meses en los que mi práctica radicaba en detectar umbrales. Era frecuente experimentar la Concentración y voluntariamente salir a pensar para otra vez nuevamente volver a la Concentración. Abría los ojos y buscaba un evento cualquiera de otro estado de conciencia, y de allí nuevamente pasaba a la Observación interior; así provocaba el tránsito una y otra vez entre estados de conciencia; decenas de veces todos los días para así analizar la naturaleza del umbral entre ellos y encontrar las leyes por las que surge, para entender la razón del porqué y cómo funcionan esos momentos entre espacios de conciencia.
Con el tiempo esa búsqueda se hizo mucho más dificultosa: cuanto más claros eran el análisis y la naturaleza de los umbrales, paradójicamente estos se hacían cada vez más fugaces y menos analizables.
Hace ya tiempo dejé a un lado la disquisición práctica de la naturaleza de los umbrales. La naturaleza del umbral cambia a tal punto que se hace casi inapreciable, como ocurre, por ejemplo, en el pensamiento de un ser humano: entre pensamiento y pensamiento también hay un umbral, pero no se reconoce ni se nota, no es posible aprehenderlo, simplemente sucede.
Así, llegó un momento en donde los estados de conciencia se sucedían unos a otros con tal rapidez e intensidad, que a mi mente le fue imposible entender la naturaleza de los umbrales, porque ya ni siquiera podía acercarme a ellos. Antes, al parecer, podía hacerlo y los veía; antes entendía su naturaleza aunque, cuando quería atraparlos y analizarlos, se escapaban. Era como ver una sombra e inmediatamente proyectar una linterna donde está para querer entender su naturaleza: al alumbrarla la sombra desaparece y lo que queda es el brillo de la luz.
Alcancé, sin embargo, a definir una serie de patrones y circunstancias respecto a la aparición de los umbrales: al cabo de las prácticas y el tiempo noté que no solamente aparecen entre diferentes estados, sino que también son partícipes del movimiento de los mismos estados, es decir, entre el estado de No-dualidad y los que operan en la dualidad hay un umbral; también los hay entre los estados de Concentración y Meditación, y entre cada uno de los procesos del estado de Observación. En definitiva, la cognición misma está repleta de umbrales.
La naturaleza del umbral se asocia muchísimo a la cotidianidad: cuando un individuo transita frecuentemente por un sitio, por ejemplo una carretera, llega un momento en que ni siquiera nota las diferentes unidades cognitivas que conforman lo que hay a su alrededor, no nota como se configuran las fracciones que conforman cualquier paisaje y traslada fácilmente la mente de uno a otro sitio. Así, en la medida en que se frecuenta mentalmente un lugar, es como si los umbrales bajasen o disminuyeran; y justamente es esa la dificultad a la hora de analizarlos.
Empecé a notar que los umbrales, en sí, no poseen unas características específicas. Esa es su primera condición y la más extraña: los umbrales interiores, es decir, los umbrales entre estados o los propios de cada estado interior, no tienen condiciones específicas, simplemente son umbrales. No dependen ni del tiempo, ni del espacio, ni de nada diferente a ellos mismos; por tanto, no existe una condición a través de la cual se pueda sistematizar un umbral, es imposible hacerlo.
Podía entender las cualidades propias de la naturaleza de los umbrales, unas ciertas leyes, pero es imposible sistematizar ese campo, pues un umbral no depende de nada, depende de él mismo; no hay razón exacta a través de la cual uno pueda manejarlo, no existe un ente externo al umbral que permita entender su naturaleza o su dependencia.
Empecé a comprobar, sin embargo, que cuanto más diferenciados fueran los estados que separaba un umbral, era más fácilmente analizable la naturaleza de este. En la medida en que me sumergía en un estado de conciencia y me lanzaba rápidamente a otro muy lejano, por ejemplo de Observación a Meditación, la diferencia entre los dos estratos extremos hacía que la naturaleza del umbral se pudiese notar muchísimo más.
Es como si el umbral pudiese ser más claro en la medida en que los extremos de los estados fuesen aparentemente mucho más lejanos. Por esta razón, los umbrales no son perceptibles en el mismo estado de Pensamiento, el estado más común entre las personas, porque son tan cercanos los extremos a través de los cuales ellos se encuentran que simplemente no se notan; en cambio, sí se pueden notar con mayor facilidad entre los estados de Observación, Concentración y Meditación.
En definitiva, el umbral es el instante donde se da el cambio o, para ser más precisos, es el ambiente que rodea el cambio, es la intersección entre los estados o el movimiento que surge entre dos cogniciones de un mismo estado; es un sitio adimensional, sin localización ni dependencia. Al parecer, se puede notar tanto más cuanto los extremos de los estratos de conciencia que en él se intersectan sean más distantes.
NATURALEZA DE LOS UMBRALES (II)
Aparte de esta primera y extraña característica de fugacidad, el umbral tiene otra adicional: es una catapulta a cualquier sitio, a cualquier región consciente, como si se tratara de una puerta que lleva a cualquier región. Los umbrales son como puertas sin espacio y sin tiempo, desde donde es posible saltar de la Observación a la Meditación, o de la Observación al samādhi, o del Sueño al samādhi.
Es una condición a la que no se accede voluntariamente porque está más allá de la voluntad del ser humano, pero que nos permite situarnos en cualquier lugar de la existencia; es como si el umbral careciese de puertas de entrada, pero tuviese puertas de salida a cualquier otro sitio. Cuando se experimenta la naturaleza de un umbral, es como tomar el ascensor en vez de las escaleras, de modo que el umbral nos lleva inmediatamente a cualquier sitio del edificio de la conciencia.
Generalmente, en cualquier análisis que implica presencia de atención, el umbral jamás lleva a sitios más duales (con mayor desorden, entropía), sino siempre a sitios más estable. El umbral es una especie de puerta hacia la absorción.
Normalmente el ser humano salta de un umbral a otro, pero no reconoce ni aquel donde se encuentra ni aquel desde el que saltó; un umbral es lo que relaciona un estado con otro, pero su propia naturaleza es incognoscible.
Noté que podía ingresar conscientemente al umbral, pero no sabía ni cómo entraba ni hacia dónde era despedido. Lo que sí experimenté es que, siempre que se entra conscientemente, cuando uno sale, lo hace a estados de No-dualidad siempre y en todos los casos; si el umbral es intenso y se pasa conscientemente, inmediatamente aparece un estado de No-dualidad, siempre y en cualquier circunstancia.
Entonces, en la medida en que quería analizar un umbral, él se escondía, porque no encontraba mecanismos mentales para poder indagarlo. Sin embargo seguía presente siempre mi preocupación, mi búsqueda por conocerlos. Y dado que en la vida cotidiana me resultaba dificultosa la indagación sobre los umbrales, fue en los sueños donde encontré un campo donde poder experimentar umbrales altamente antagónicos, gracias a que mis
sistemas elaboraban y proyectaban fácilmente estados de muerte física: caer desde un edificio, asfixia, etc.
Así, fue en el mundo onírico donde realicé mi aprendizaje gracias al hecho de poder entregarme voluntariamente a la muerte, de pasar conscientemente y sin esfuerzo psicológico a la disolución. En los instantes siguientes al momento de la perdida, la mente siempre me catapultaba inmediatamente a un estado No-dual. Con cuantas menos trazas egoicas se produjera esa entrega, más lejos era catapultado.
RESUMEN
Después de haber definido los diferentes estados de conciencia y la manera de representarlos a nivel interior, me propuse comprender la naturaleza de los espacios que hay entre ellos con la idea de tener acceso a la llave que abriese el paso a voluntad a cualquier estado. Siempre mi interés y mi afán fue sistematizar el conocimiento, encontrar reglas claras y ordenadas que esquematizaran el modo en que se dan los diferentes procesos cognitivos.
Como podía sistematizar el proceso interior, y en eso coincidía con Patañjali y el vedanta, me propuse encontrar entre los estados algo lo suficientemente estable para ser utilizado como puente entre ellos, y esta fue mi sorpresa: no encontré nunca dos estados al tiempo. Nunca hay dos estados de conciencia simultáneos, que se sucedan al mismo tiempo, por ejemplo, Observación y Concentración; ello no existe, no se da en la naturaleza mental del ser humano.
Noté que si quería ir al extremo donde finaliza un estado de conciencia, siempre había más información por conocer en su límite. Cuando llegaba a ese siguiente extremo del estado volvía a haber más información a conocer, y así sucesivamente. Es como si el universo que estaba percibiendo e indagando creciera según mi propia necesidad y se hiciera tan infinito como yo quisiera pensarlo o como yo necesitase que se hiciera. El universo de la cognición se hacía infinito cuando era necesario, pero nunca tenía bordes perceptibles, límites fijos. Finalmente noté que los estados de conciencia no tienen bordes ni límites, de tal manera que era imposible intentar ir al extremo de un estado para poder engancharlo con el siguiente, pues aunque los estados en sí mismos son finitos y se suceden unos a otros, son a la vez ilimitados. Los estados de conciencia son finitos pero sin límite alguno que pueda ser conocido.
Por ello este universo se presume que es ilimitado y que está en expansión. El modelo más comúnmente utilizado por la ciencia es el que se asemeja a un globo. Los astrofísicos comparan el universo con un globo al que ingresa aire y crece constantemente. Asumen este modelo porque en todo instante los diversos cuerpos celestes, absolutamente todos, se mueven con respecto a otros; sin embargo, no se mueven acercándose sino alejándose entre ellos. En este mismo instante todas las galaxias, las constelaciones y los
cuerpos celestes del universo se alejan unos de otros. ¿Hasta dónde se extiende el espacio?, ¿hasta dónde se pueden alejar? La respuesta es que no hay límite. En el instante en que hubiera un límite, volviendo a la cuestión de los estados, sería posible tender puentes y ello no es posible hacerlo, pues implicaría una mente que reconociera dicho hecho y así se tendería un puente hacia lo incognoscible, evento que está más allá del límite mismo detectado.
La razón de la imposibilidad afirmada anteriormente es que el puente en el límite con otro estado no es un “lugar”, sino que se trata de un umbral. Lo extraño es que pasado el umbral, el siguiente estado que aparece también es infinito… y sin borde detectable. Cuando se salta al estado de Concentración desde la Observación, por ejemplo, tampoco se reconocen límites en la percepción. ¿La nueva percepción es finita? Por supuesto, pues es posible salir del estado para ir a otro diferente. Sin embargo, ¿son detectables algunos de sus extremos que limitan la constitución misma del estado? La respuesta es ¡no!, no es posible detectar el límite, pues es tan sólo un umbral.
Otra vez aparece nuevamente lo paradójico: de un estado de conciencia se salta al otro pero ninguno de los dos se intersecta. Dicho de otra manera, pareciera que la intersección entre los estados de conciencia y lo común en ellos son los umbrales, y es eso lo que nos permite pasar desde un umbral a cualquiera de los estados de la existencia.
Sin embargo, cuando se trata de analizar la naturaleza del umbral, lo que siempre encontramos es un estado de conciencia, pero nunca un umbral. Cuando se buscan las leyes que controlan los umbrales, notamos que no tienen leyes y de que son como intersecciones adimensionales en los que se conjugan varios infinitos. Y dichos infinitos no son similares sino diferentes.
Por eso siempre me causó tanto gusto analizar la naturaleza del umbral, y me pareció exquisito tratar de sumergirme allí y saltar a varios de los posibles universos conscientes existente. Cuando a veces veo películas del futuro como Star Trek o similares, donde se habla de esos gusanos de tiempo-espacio en los que entran y de ahí saltan a cincuenta años atrás, a cien años adelante, a una parte del universo diferente, me resulta curioso como los umbrales se convierten en puertas adimensionales a cogniciones inimaginables.
CUÁNTICA Y VEDĀNTA
Trataba de ser lo suficientemente consciente para notar la traza del umbral, pero en el instante en que lo notaba ya había cambiado de estado. Es algo parecido a lo que la física cuántica llama “efecto túnel”: se lanza un electrón a través de una especie de túnel bajo ciertas condiciones para que pueda ser observado. Cuando uno espera el momento en que debe ser detectado ocurre que, simplemente, ya ha pasado. Lo más parecido al tránsito de los umbrales es el efecto túnel de la física cuántica, por eso esta disciplina posee tantas coincidencias teóricas con la vedānta. Muchas de estas
coincidencias teóricas pueden ser extrapoladas al análisis de la naturaleza de la mente. La exquisitez de la física cuántica radica precisamente en que todas sus teorías llevarán a la necesidad de la expresión de la No-dualidad como evento excepcional raíz de todas las cosas.
En el mundo de la física cuántica todos los procesos se rigen por el “principio de incertidumbre”: no es posible relacionar un elemento exactamente con otro, o sea, no es posible analizar al mismo tiempo las diversas cualidades de las partículas subatómicas. Cuando se detecta una característica cualquiera de una partícula subatómica, por ejemplo su velocidad angular, es imposible detectar simultáneamente su localización espacial. Es como si en el mundo subatómico pudiésemos encontrar eventos pero no una clara interrelación entre sus causas, como si el hilo conductor de los procesos no se detectara; sin embargo, los acontecimientos ocurren aunque, al darse a través de una especie de umbrales, no dejan huella entre unos y otros.
Cuando una partícula subatómica, por ejemplo un electrón, cambia de órbita al absorber energía, no se ve que el electrón deje una traza al pasar de una órbita a otra, sino que pasa de un estado a otro a través de un salto cuántico. No sabemos qué hizo ni cómo ni dónde dio el salto. Lo único que sí podemos conocer es que el electrón está en otra órbita, porque allí es medible. Sin embargo, cuando queremos medir allí su velocidad, en la nueva orbita, emerge la incertidumbre que imposibilita saber su posición. El universo es un mar de incertidumbres, es decir, de umbrales que relacionan toda la información.
En la medida en que se quiere medir la condición de localización de un electrón, se pierde la opción de detectar al mismo tiempo su velocidad angular, porque entre los objetos no hay realmente un nexo de integración y menos a nivel cuántico. Precisamente por eso, en este nivel subatómico es más fácil estudiar la ausencia de continuidad entre dos objetos, pues lo que hay entre ellos no es más que un umbral. Esta modalidad de umbral en física cuántica se denomina “incertidumbre”. Por tanto, entre dos procesos cualesquiera que sean, nunca hay continuidad sino siempre incertidumbre, tanto a nivel físico como psicológico; no hay continuidad entre estados de conciencia, lo que hay es un salto al umbral, a través del cual aparece otro estado diferente al previo.
Los físicos cuánticos tienen un ejemplo que es muy curioso respecto a la medición de sus sistemas: para medir el peso de un electrón utilizan un proceso parecido a coger aleatoriamente una gran cantidad de monedas y lanzarlas hacia él; unas caerán encima del electrón y otras caerán fuera y serán recogidas. Al conocer el número de monedas que quedaron fuera del electrón, pueden saber cuántas quedaron dentro de él y así aumentaron su peso, pero no obtienen propiamente la magnitud de “peso”, sino la de “cantidad”. Así es el incierto mundo de la física cuántica: cuando uno quiere medir algo, el resultado posterior es un rasgo de inconexión; cuando uno intenta unir dos características específicas de una misma naturaleza no lo consigue, porque una lleva siempre a otra mediante umbrales o incertidumbre.
No se puede medir la energía de un electrón, porque para hacerlo hay que iluminarlo y eso ya modifica su naturaleza: ahora su energía ha aumentado por la acción de los fotones sobre él. De esta manera, en el mundo subatómico, si se quiere medir peso se obtiene cantidad; si se quiere medir cantidad se consigue una aproximación de peso; si se quiere medir distancia o tiempo, no se sabe la energía, y así sucesivamente. Los objetos de todo el universo, tanto en los mundos subatómicos como en los de la mente, no son continuos sino secuenciales, son apariciones momentáneas de existencia rodeadas por un gigantesco mundo de umbrales. Basta querer analizar y entender la naturaleza de los umbrales e inmediatamente se convierten en algo inconexo con lo anterior.
Nunca supe si realmente hay varios umbrales o uno solo, porque llega un momento en donde no se puede saber. Por eso entiendo a quienes se dedican a la física cuántica, pues llega a un punto en que se vuelve absurda: las cosas se miden por teorías, no por realidades; todo se teoriza, pero no hay una base esencial que pueda sostener la realidad de las cosas.
NATURALEZA DE LOS UMBRALES (III)
Así, cuando empecé a analizar la naturaleza de los umbrales me di cuenta de que ello era imposible. Cuando creía que tenía un umbral a mano, ya no era umbral, ya era “algo”. Cuando trataba de unir dos estados conscientemente, cuando indagaba cómo era el umbral entre ambos, no podía permanecer en él porque me llevaba a uno de los dos estados.
Como ya he comentado, durante algún tiempo experimenté con la idea de mantener la sensación del umbral, permitiéndome hasta cierto punto estar en él. Pude comprobar que un umbral puede manifestarse como una sensación de mareo o de atemporalidad; es un lugar en donde no se sabe si los objetos “son” o “no son”, si hay o no hay “quien los vea”. Sin duda notaba una sensación antes de ingresar y cuando salía de él; pero cuando quería definir ese umbral, inmediatamente esa condición se convertía en otra. Y por intentar que los umbrales fuesen cada vez más largos, mis sistemas se acostumbraron hasta tal punto a ellos que se hicieron cada vez más cortos e incluso dejaron de aparecer. Es como si mi interés por los umbrales hubiera hecho que ellos perdieran su interés por mí.
No solamente aparecen umbrales entre diferentes estados, sino también en cada uno de los estados. Es como si todo flotase en un mundo adimensional; así es la realidad, pero la percibimos en forma dimensional: aparece una dimensión y luego otra y otra más, y así sucesivamente. Percibimos momentos espaciales y temporales de un acontecimiento y creemos que hay cierta secuencialidad porque hay un proceso de karma, un sentido de continuidad en la acción, pero tanto el acontecimiento como la secuencialidad son ilusorios, irreales e inexistentes.
Cuando analizamos el átomo notamos que, si hiciéramos un molde del núcleo y este tuviese el tamaño de un balón, los electrones aparecerían a unos 40 km. Entre el núcleo y el electrón hay un enorme vacío. De igual modo, cuando uno se sumerge en los mundos de la interioridad y en los estados límites de las cosas, lo que percibe es un inmenso vacío que, en el fondo, es un mundo adimensional con potencialidad de existencia. Aparece momentáneamente la sensación cognitiva de ser “particular”, que se intercala con otra sensación de ser “total”, y así una y otra vez ello se repite. A veces aparece también, en la experiencia del umbral, la sensación de ser no-algo. Por eso la No-dualidad es lo más cercano a los umbrales: estos tienen una connotación y una estructura muy similar a aquella, pues rodea todas las cosas y está por doquier.
Lo que no llegué a saber es si los estados estaban entre los umbrales o estos entre aquellos; si los estados producían los umbrales o viceversa. Según la lógica más estricta, son mucho más coherentes y estables los umbrales que los estados, porque el umbral es el mismo pero los estados van cambiando. Pareciera entonces que los estados nacen de los umbrales y no al contrario. Por regla de coherencia y de inteligencia, aquello que es más estable “en sí” tiende a albergar la capacidad de creación respecto a aquello que es inestable.
En consecuencia, no sabemos si el átomo es una región “no vacía” o, dicho de otra manera, si el vacío es la causa de la materia y ésta es la materialización de la ausencia de vacío. Si la inconmensurabilidad de las cosas en el mundo atómico se manifiesta como vacío, entonces ¿es la materia “intermitencia de vacío”?, ¿o es el vacío “intermitencia de materia”? Llega un punto en donde la mente queda absolutamente imposibilitada para seguir adelante, razón por la cual hace tiempo que me rendí y ya no hago estas disquisiciones prácticas. Pero me han servido para entender algo importante: entre los estados hay umbrales. Creo que la causa es el umbral y que la simetría que corresponde a ella es la No-dualidad. Creo que la No-dualidad, al ser un mundo de umbrales, es una simetría más estable que la realidad dual, que es un mundo de estados diferenciados.
Muy seguramente habrá que llegar a la definitiva conclusión de que la incertidumbre es propia de todo lo existente y dual que la mente intenta detectar, y me refiero no solamente a la incertidumbre física sino también a la cognoscitiva. Llega un punto en donde es imposible conocer mentalmente las cosas y en donde la única salida es entregarse a la sinrazón del vacío.
Tal vez ese es el elemento que la divinidad dejó para que no nos sintiéramos orgullosos o demasiado soberbios: la evidencia de que es completamente imposible encontrar sus secretos más íntimos.
Han intervenido en la trascripción, corrección y edición de este texto los siguientes colaboradores:
NIEVES ÁLVAREZ, MERCEDES FERRER, AMAIA AURREKOETXEA, ENRIC FERNÁNDEZ, FÉLIX ARKARAZO Y JORGE ROJO.
Este texto ha sido finalmente revisado y autorizado por Sesha.