La magia del control mental estriba en que un pensamiento se corta cuando es detectado.
Gracias a que el encadenamiento mental es secuencial, es posible situarse entre pensamientos, al igual que nos situamos entre dos columnas de un edificio. Lo que permite ralentizar la mente y detectar dicho espacio es una actitud interior de presencialidad. Hay una historia que muestra claramente la actitud mental respecto a cómo deben ser detectados los pensamientos. La historia cuenta que un rey quiso pagar los favores de un vasallo entregándole todo el oro que pudiese cargar sobre su cabeza. El vasallo era muy sagaz, por lo cual se acercó a recibir el obsequio con un gran plato sobre la cabeza. De esa manera, el área era mucho mayor y podría cargar mayor cantidad del precioso metal. El rey, notando la astucia del personaje, efectivamente le otorga más oro del que podría cargar sobre su cabeza sola, pero antes de dejarlo ir con todo el producto le obliga a dar una vuelta alrededor de la sala real, amenazándole que si cualquiera de los elementos colocados sobre el plato cayera, inmediatamente perdería la cabeza.
Cuenta la historia que el vasallo sudaba a raudales, pues el más mínimo descontrol llevaría a la caída de cualquier pieza de oro. Su nivel de atención se restringía puramente al plato, no había más mundo que este. Su atención no iba a ningún otro sitio, pues de hacerlo la cabeza rodaría por el suelo junto con el oro que tanto apetecía. El vasallo, en verdad, solo tenía tiempo para mantener atentamente el equilibrio, no podía imaginar ni fantasear, pues con seguridad el contenido del plato caería al suelo.
Si la atención sobre los pensamientos es firme y presencial, notarás que no piensas, pues todo contenido mental que intenta aparecer se diluye.