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Libre albedrío

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Todo lo que sucede, absolutamente todo, es la consecuencia inexorable de innumerables causas previas que se remontan a la noche de los tiempos. Por lo tanto las decisiones personales están total y completamente determinadas por una suerte de condicionamientos previos, llamados “hábitos”. Dichos hábitos direccionan constantemente en uno u otro sentido las reacciones ante el entorno. Así pues, todos los actos personales han de ser el resultado de la interacción de dos cúmulos de factores: los hechos que acontecen, por un lado, y los hábitos preestablecidos por otro. Si no he decidido la configuración de ninguno de los dos, ¿hasta qué punto es pertinente afirmar que “yo hago”?, ¿dónde queda mi libre albedrío? El ser humano cree ser libre pero no es libre de su propia historia. ¿Quién toma las decisiones, él o su historia?

Si tomo dos vasos de agua porque hace calor y pasado un tiempo tengo ganas de orinar, ¿soy realmente yo el que decide ir al baño? Simplemente reacciono. Nuestro organismo reacciona, los animales reaccionan, la naturaleza reacciona; el único que no reacciona adecuadamente es el ser humano. El ser humano no reacciona adecuadamente porque cree ser el creador de sus actos. Realmente no somos actores de lo que hacemos. Lo que ocurre es que nos identificamos ignorantemente con cada acción que realizamos.

Si el acto es natural, si la situación es pródiga en atención, en claridad, ¿se necesita decidir?, ¿decido dormirme o viene el sueño? Y hablando del sueño, tomando como ejemplo los personajes oníricos que intervienen en un momento dado, ¿ellos deciden? Evidentemente, no. Lo que sí pueden hacer es caer en dicho estado en el error de identificarse egoicamente con lo que hacen o piensan, creyendo ser los autores de sus actos, proyectar una meta en dirección del futuro gustando del sentido de apetencia de fruto.

Nosotros no somos dueños ni del devenir de los eventos ni de nuestra propia historia, por tanto no podemos ser dueños del presente. El único dueño del presente es el discernimiento. Él dictamina, de forma natural y espontánea, lo que debe ser hecho en forma de reacciones presenciales despersonalizadas, es decir, él determina el dharma.