El ser humano cierra la óptica de su propia realidad y crea una cárcel con las percepciones cotidianas. Cuando se da cuenta de que está dentro, dice que quiere salir, que quiere ser libre. Pero lo que no alcanza a ver es que para escapar de su propia cárcel basta la percepción simple, natural, espontánea y no esforzada de cualquier acontecimiento que esté sucediendo. Ahí está la libertad.
No hay objeto alguno que no posea la condición de ser conocido existente y la condición de la bienaventuranza misma. El problema no radica en los objetos. El problema radica en la representación que yo tengo de los objetos.
No hay que rebuscar nada. Todo está. La llave de la puerta que guarda el más grande de los arcanos, el más secreto de los misterios, es la simple percepción carente de yoidad. No importa qué objeto sea percibido. En cualquier instante, en cualquier lugar y bajo cualquier condición el ser humano puede lograr la percepción de la No-dualidad, la experiencia del samadhi, la vivencia de moksha. Basta la real percepción del instante donde las cosas son.
Todo es una cárcel y todo es, a la vez, la libertad final. Todo depende de si somos capaces de permitir que emerja la condición de la percepción libre y carente de nombres y formas.