El lenguaje es la expresión más abierta de la mente. Se habla como se piensa. Todo idioma no es más que una determinada manera de fraccionar la realidad y, junto a ella, un modo específico de expresar una visión del mundo, tanto externa como interna.
El inglés y el castellano, por ejemplo, son lenguajes de comerciantes. No son lenguajes metafísicos. Su vocabulario resulta muy pobre para expresar realidades de orden superior. Esto ha supuesto un grave inconveniente a la hora de traducir textos orientales. Conceptos como chidaabasa, kutastha chaitania, hacen referencia a diferentes maneras de describir la naturaleza de lo consciente. A su vez, palabras como pragna, vignana y chitta denotan diversos modos de despliegue de esa misma naturaleza consciente pero carecen, en su especificidad, de un correlato claro y conciso fuera del sánscrito. El mismo concepto de “Brahman” se malinterpreta, asimilándose a una deidad suprema similar al concepto de Dios en Occidente, llevando a muchos estudiosos a la errónea conclusión de que el Advaita es “monista”. Así, se intenta hacer pasar por nuestro limitado embudo conceptual toda una constelación de descripciones metafísicas que resultan inalcanzables, inentendibles, porque no hacen parte de nuestra experiencia.
Retomando la afirmación inicial, habrá que concluir que la pobreza lingüística de nuestros idiomas a la hora de denotar realidades superiores no es más que la expresión de una mediocridad cognitiva de fondo.