Las primeras prácticas meditativas serán de reconocimiento personal. Tal vez nunca hayas notado con claridad cuánto piensas. Tal vez jamás hayas sido consciente de las mil y una cosas intrascendentes a las que solemos atender. Al cerrar los ojos y adoptar una postura relajada notarás cómo los sentidos aún despiertos y activos te ponen en contacto con el mundo externo. La atención discurrirá incontroladamente entre las sensaciones externas, los incontables pensamientos o el sueño. Notarás con qué vertiginoso movimiento se pasa de un objeto externo a otro, de una fantasía a otra, o cómo aparece subrepticiamente el sueño haciendo de las suyas.
Nuestra práctica inicial se basa simplemente en ser conscientes. ¿Conscientes de qué? De que se está pensando, esto es, que estamos imaginando o fantaseando. Dentro de la imaginación y la fantasía caben todo tipo de pensamientos, sentimientos, emociones o pasiones.
Así, sentado, serás testigo del inmenso caleidoscopio de informaciones mentales que van y vienen de manera intermitente. Pasarás de escuchar algo externo a relacionarlo con un pensamiento de tu niñez. La espalda molestará, o las piernas, y pasarás del tacto a un pensamiento irrelevante que se entreabre en las grietas que forja la imaginación. Será una vorágine de información externa o interna que se acomoda sin ningún orden para ser inmediatamente desalojada por otro desconcertante pensamiento o sentimiento.
La falta de destreza en la gestión de su mente suele imposibilitar al estudiante tener firme claridad en la continua ausencia de contenidos mentales. La mayoría logra con el tiempo darse cuenta que está pensando y advierte fácilmente cómo los pensamientos se cortan. Desafortunadamente, al instante siguiente es normal que la fantasía y la imaginación vuelvan de nuevo de forma incesante.