Es bien sabido el profundo nivel de atención que los niños ofrecen a todas las cosas que experimentan. Es tal su capacidad que logran aprender varios idiomas en algo más de tres años, eso sin contar su desarrollo en los restantes ambientes de la vida.
Los pequeños poseen la maravillosa capacidad de la sorpresa. Responden ante ella de manera sencilla; basta que un evento sea lo suficientemente halagador para que todo su sistema inmediatamente se aboque a él. Incluso después de un golpe que produzca dolor, algo entretenido es capaz de llevarlos a su inmediato olvido gracias a que la atención se desplaza totalmente al suceso naciente.
La continua sorpresa con la que los niños observan el mundo los lleva a la permanencia en un “presente” continuo. Nosotros solemos perderlo al crecer, al reemplazar ese “presente” continuo que ellos advierten por la momentaneidad de instantes pasados y futuros.
Mientras la sorpresa opera no existe la duda; he aquí la gran clave pedagógica. Mientras la atención se aboca a un evento sorprendente muere el razonamiento y se establece un fugaz intermedio donde sólo hay comprensión sin que medie la razón.
La sorpresa es una forma de “presente”. El máximo acto pedagógico es crear un continuo de sorpresa; ello implica no solamente una expresión de ideas verbales, sino a veces el simple movimiento de una mano o el asombroso ademán de un gesto.
La naturaleza nos sorprende por su armonía, por ello la contemplación es un continuo acto de asombro. El aprendizaje es un acto de fugaz sorpresa, razón por la cual es un instante de Conciencia plena; allí el saber se expresa sin intermediación alguna. El asombro, razón de ser del nacimiento de la filosofía, es otro acto hermanado a la sorpresa; en él, el saber aparece como reconocimiento claro del universo que nos rodea.
Sería extraordinario que las escuelas del mundo promovieran la enseñanza a través del acto del asombro: educar a profesores a enamorarse de la enseñanza y trasmitir con esa intensidad especial el Saber y el Amor, como fuentes excepcionales de presente continuo.
Desde allí, desde el presente continuo, nacen formas de cognición únicas que finalmente desembocan en la Cognición no-dual.