La emocionalidad es válida mientras la reacción implique su aparición; solo así es coherente. No es válido tratar de valorar emocionalmente un instante que no necesita dicha valoración. ¡No requieres de la emocionalidad para muchas cosas de la vida! Introducirla incesantemente como reacción a circunstancias que no corresponden acaba confundiéndote.
He aquí que la invasión de la emocionalidad en el espectro de la percepción llega a ser errónea cuando su apreciación no parte del presente que acontece. ¿De qué te sirve emocionarte, ahora que me escuchas, por el paisaje visto hace días mientras conducías en dirección a este sitio? No hay relación alguna entre el día de tu venida, su emoción asociada al paisaje y este momento en que me dirijo a ti. No hay coincidencia entre la reacción a la acción física o mental con aquello que está aconteciendo. Entiende: no se plantea que la emoción sea mala o que los sentimientos sean erróneos o generen debilidad alguna.
La emocionalidad tiene la misma validez que tiene comer o respirar, o la validez que tiene caminar o hacer un deporte cualquiera. Adquiere significancia dentro de la operatividad de la vida cuando corresponde a un instante acorde a ella. Pero la invasión de dicha respuesta en otras realidades, en otros presentes, confunde. Confunde, pues vives vidas a destiempo; una, inexistente, pues adviertes una respuesta que no tiene validez; la segunda, un presente no vivido al que anulas.
¿Dónde está la solución al problema de la respuesta emotiva? La solución, por supuesto, no está en evitar emocionarse, puesto que ello es absurdo. Tampoco encajonarla o tildarla de mala o negativa.
La mesura en la emoción deviene de encontrar la justa medida a cada cosa. Reaccionar con la suficiente destreza para permitir a la emoción nacer cuando corresponde y morir cuando ya toca es una cualidad que pocas personas poseen. A dicha cualidad mental que otorga una medida justa a cualquier actividad mental la denominamos “discernimiento”. Aprender a medir con un baremo coherente cada acción, sin tener que invadir otros escenarios, es un acto de libertad dinámica, pues se es libre mientras se realiza la acción.
El discernimiento acompaña y mesura la emoción llevándola a un terreno donde debe ser experimentada solamente en oportunidad de lugar y tiempo. La solución más correcta y más ética ante cualquier acto es vivir en oportunidad de lugar y tiempo, sin apetencia de fruto y sin sentido egoísta. Ese es el baremo más universal respecto a cualquier acción en la vida de todo ser humano, esa es la clave moral.