Las cosas “son” bajo la perspectiva del momento en que se conocen, instantes después ya no. Incluso cabe afirmar que desde cierto ámbito de conciencia, ni siquiera existen pues, ¿dónde está el edificio soñado al despertar?, ¿dónde está el edificio en que nos encontramos al entrar en el sueño? Los mismos estados de conciencia están sujetos al mismo proceso: operan bajo cierta estabilidad por la inercia que se da en ellos entre umbral y umbral y, dado que nada se pierde en los sucesivos cambios, el universo a su vez está dotado de una aparente estabilidad.
El ser humano percibe momentos estables en fronteras aparentemente estables, y al momento siguiente percibe otras fronteras estables bajo una diferencia de realidad entre umbral e inercia. Momentáneamente, todo lo que percibe tiene umbral e inercia y al siguiente momento ya no posee el mismo umbral ni la misma inercia. Nada en este mundo posee eso, ni siquiera las estrellas: consumen miles y miles de toneladas de material atómico a cada momento, es decir, que de instante a instante cambian continuamente.
El ser humano se reconoce como continuo porque tiene continuamente memoria de sí mismo. Si no, viviría como los animales, que no tienen sensación de continuidad egoica. La sensación de continuidad aparece solamente debido a la propia historia, es decir, eventos aparentemente estables con cierta movilidad propia de las fronteras, vestigios de percepción momentánea que tienen cierta continuidad. Esa cierta continuidad de los vestigios y esa causalidad entre eventos aparentemente individuales se denomina karma.