Ser conscientes de la respiración nos pone en contacto con los sentidos físicos y con ello irremediablemente nos abrimos al mundo externo. Escuchar el flujo de aire o sentir el tacto con el que los pulmones se expanden o contraen también nos lleva a recrear los sentidos. La respiración es vehículo de otro tipo de prácticas, pero no es la base sobre la cual se gestiona la autorreflexión como motor esencial de la práctica meditativa.
Cuando el mundo interior se intensifica, no existe el más mínimo vislumbre de atención a la respiración. La mente recluida en lo interior es ajena a los sentidos y, sin ellos, a la presencia del mundo externo. La desaparición de todo aquello que se pueda detectar con los sentidos lleva al practicante a los suburbios de un universo donde la mente induce vida a sus propios contenidos.
Sí es cierto que, con el fin de atemperar la actividad mental, se aconseja atender inicialmente la respiración. Pero ralentizar el aire aspirado no es el fin ni la esencia de ninguna práctica profunda. Aquietada la mente, se da paso a vivencias que trasladan al practicante a mundos maravillosos donde la experiencia cognitiva rayará en la experiencia No-dual, pero mientras la atención se recree en la respiración jamás podrá fortalecerse la experiencia interior.