Es tal la importancia que el advaita otorga al estado de observación, que a las actividades realizadas estando en concentración se las denomina «Acciones Rectas». La «Acción Recta» es una forma genérica de nombrar acciones que poseen dos cualidades: la primera cualidad tiene que ver con que las acciones se realizan sin apetencia por el resultado de la acción, es decir, la acción se realiza por la acción misma y no por sus posibles resultados; y la segunda característica tiene que ver con que las acciones son carentes de egoísmo cognitivo, es decir, son aquellas donde no hay sentido volitivo, adueñamiento o control individual, esto es, que las acciones fluyen sin sentido de yoidad.
También a la «Acción Recta» suele denominársela dharma. Es decir, la acción que debe hacerse en oportunidad de lugar y tiempo. Suele asociarse a la aparición del «yo», el gran problema no solamente de la acción sino también de la cognición. La facultad diferenciadora del «yo» cierra el campo de cognición y crea la frontera entre el conocedor y lo conocido. La acción dhármica no produce karma, causalidad, pues no hay sujeto que realice la acción.
Para el advaita la «Recta Acción» es también una acción sagrada, gracias a que al realizarla continuamente purifica la mente, pues hace que el conocedor se sitúe de manera continua y constante en el presente, con las consabidas ventajas que ello ofrece y que ya hemos enumerado largamente a través de estos textos. Así, entonces, la actividad cognitiva que coloquialmente denominamos concentración se convierte en un maravilloso puente al aprendizaje interior. La Atención distribuida exclusivamente en el sujeto o en su defecto el objeto, permite una redistribución de la cognición, forjando campos de cognición más estables. Al conocer lo estable, nos conocemos más estables.