Los hábitos, sobre todo una vez que alcanzan la categoría de samskaras, quedan fuera del ámbito de la voluntad y, por tanto, de la capacidad de control del individuo. Los seres humanos somos nuestros hábitos mentales, energéticos y físicos más comunes. Somos el conjunto de respuestas previamente estructuradas ante el entorno y ante nosotros mismos, cuyo fin es dar sustento y permitirnos sobrevivir como entes individuales, familiares, sociales, religiosos…
Ocurre, sin embargo, que hay hábitos mentales que, operando ya como samskaras, condicionan la reacción del ser humano hasta un punto de no retorno. Son samskaras que, arraigados, no permiten ni transformación ni cambio; son hábitos que consumen nuestro entorno, fieras rapaces que se alimentan como vampiros de cualquier otro pensamiento. He ahí la razón de ser del sufrimiento humano: el individuo se ve impotente para librarse de toda la carga de condicionamientos físicos, energéticos y mentales que lo ahogan determinando su devenir y supeditándolo a reaccionar de un modo específico sin que pueda evitarlo. Dichos condicionamientos se presentan, por ejemplo, como el conjunto de tendencias estructuradas en el genoma en forma de ADN, que hace tener reacciones específicas hacia ciertos alimentos, o tendencias a desarrollar determinado tipo de enfermedades físicas, energéticas o psicológicas, etcétera. Ya presos por el pasado no podemos, aun queriendo, cambiar dichos samskaras.