La práctica externa se fundamenta en situar la atención en los objetos a conocer y no en los sentidos. Realmente cuesta menos esfuerzo situar tu vista proyectada en las formas, a que veas a la distancia la forma y color desde tus ojos. Simplemente porque es más natural, tal como es más natural caminar derecho que a cuatro patas. Basta detectar con sorpresa los objetos a través de cualquier sentido para deslizar naturalmente la atención en el objeto de percepción.
Los niños no tienen el peso mental que implica personalizar constantemente la percepción. Para ellos el mundo se experimenta completamente despersonalizado, sin yo. El yo va naciendo lentamente y conformando una presunción individual que finalmente adquiere consistencia hacia los siete años. Para un niño es completamente natural proyectar su atención a la fuente sonora, visual, auditiva, gustativa o táctil. Permanecen así horas, días enteros. Por ello es tan fácil advertir su inocencia. La ausencia del fardo egoico todavía no los atrapa de lleno.
Estar fuera es prolongar tu atención hasta el objeto conocido, haciendo que el espacio psicológico entre tú y el objeto desaparezca. Por ejemplo, al leer un libro y fundirte en él, no distingues distancia entre él y tú, puesto que la atención discurre y se deposita exclusivamente en el texto.
El hecho de realizar la acción con atención constante te hace reaccionar continuamente al presente que acontece. Una actividad recurrente en el presente despersonaliza la acción, esto es, diluye el sentido de yoidad.