Es frecuente confundir la naturaleza del proceso pensante con la comprensión que se allega tras él. La mente, junto con todas sus diferentes funciones es, a la luz de la Vedanta, un órgano que no dista esencialmente de cualquiera de los cinco órganos sensoriales. De igual forma que el ojo interviene pero no produce la comprensión de la forma y el color, la mente interviene en el proceso cognitivo pero no es la fuente de la comprensión.
Por esa razón, la mente fue denominada por la tradición hindú como antakarana u órgano interno, en razón de su naturaleza más interior respecto a la de los sentidos físicos. Un ejemplo claro de la naturaleza de la mente y de la Conciencia o acto de comprensión, es el antiguo símil de la luna y su brillo: de noche la luna brilla, mas su luz no es propia, deviene del sol. La luna simplemente, y de forma pasiva, interviene en el reflejo de la luminosidad solar y, debido a la cualidad de su superficie, refleja una parte pero no la totalidad de la energía lumínica procedente del sol. Así, el antakarana (la mente con sus cuatro funciones) es un órgano intermediario del proceso cognitivo pero jamás su causa ni su razón de ser.
La razón de ser de la cognición es la actividad denominada Conciencia, que es la que provee el conocimiento. La Conciencia dota de comprensión a lo conocido y gracias a ella es posible saber. La mente interviene como sustento sutil (mente) y denso (cerebro) del proceso en el que la comprensión allega.
La Conciencia interpenetra no solamente a la mente como lo hace la luz a los ojos o el sonido al oído, sino que además es, como ya se ha apuntado, la esencia de la comprensión. La comprensión como ente, como sustancia, posee a la luz de la Vedanta una connotación no-dual, es decir, es objeto de conocimiento de ella misma (inindagable) y además conoce por sí misma (autoluminosa). La comprensión es un acto unificado que no determina división de lo conocido ni de sus partes.
La sustancia que conforma la Conciencia no es detectable a los ojos de una percepción diferenciada del tipo “conocedor-conocido”, pero es detectable como razón de ser de todas las cosas y causa eficiente y formal del universo cuando la cognición se establece en los profundos estados de la Meditación (dhyana). Allí, en la Meditación, el flujo ininterrumpido de Conciencia se experimenta a sí mismo como conocedor, y a su vez son conocidos cada uno de los contenidos que pueblan el universo entero. La comprensión que deviene de reconocer que la Conciencia es fuente del “saber” y del “ser” de todo lo existente, resplandece con la profunda exaltación que sólo logra el brillo de la belleza y la bienaventuranza.
Mientras que en la cognición diferenciada (base de los procesos dialécticos), la conciencia no pasa de ser una abstracta pero bella idea que tiene la capacidad de englobar la información y dar razón de su existencia, en los lejanos terrenos de la No-dualidad la Conciencia resplandece en forma de sustancia que conforma el universo y se convierte simultáneamente en el universo conocido y en su conocedor.
La comprensión es otorgada por el brillo del saber y es un acto libre de todo; depende únicamente de sí misma, no posee cadena alguna y su único fin es la razón de ser de lo conocido.