La mente es el más maravilloso instrumento para detectar información que nunca jamás tendrá el ser humano. Es un mágico laberinto construido con funciones cognitivas excepcionales que ofrece un caleidoscopio de percepciones. Apenas sí hemos vislumbrado su inmensidad. La física nos ha descubierto la materia y sus leyes, pero la mente aún permanece virgen a toda investigación. Convertir a la mente en objeto de su propia indagación ha sido uno de los afanes básicos desde hace milenios en las culturas orientales.
El sistema Advaita intenta descifrar el acertijo de la cognición, y para ello expone una serie de supuestos teóricos sobre los cuales construir una teoría que permita predecir acontecimientos ideales. Con este fin, inicialmente clasifica la constitución de la mente en cuatro funciones básicas (budhi, chitta, manas y ahamkara); adicionalmente las supone estructuradas de materia más “sutil” que la materia conformada por los cuerpos físicos, aunque soportadas sobre una estructura nerviosa y cerebral física, tal como el agua de los ríos fluye sustentada por un cauce más denso.
La mente es el asiento de la conciencia individual pero ella, la mente, no posee por sí misma actividad consciente, independiza del resto de las funciones mentales la actividad consciente individual y la asienta en la función búdhica, cuya naturaleza es tan solo un reflejo de la actividad consciente No-dual, y relacionadas ambas por la introducción del concepto maya. Finalmente, considera que las restantes funciones (es decir, las demás funciones de la mente aparte de budhi o intelecto) posibilitan, según sea el funcionamiento que se genere, una relación de identificación con las variadas modificaciones mentales produciendo el desencadenamiento del karma y, por ende, la aparente continuidad de la conciencia individual. Dependiendo de la preeminencia de cualquiera de las cuatro funciones, y con base en la relación de estas, de la mente emergen diversos estados de conciencia.