Si colocamos una bola de hierro al fuego durante un tiempo, diremos que el hierro está al rojo. Eso, evidentemente, es una verdad, pero lo cierto es que el color rojo no hace parte de la propia naturaleza del hierro, sino que es una adición producto de la condición calórica que previamente no estaba en él. También podemos afirmar, cuando las circunstancias se dan, que la luna ilumina la noche, pero realmente lo que ocurre es que la luna simplemente refleja en su superficie el brillo del sol, verdadero causante de la luminosidad.
El Advaita afirma que la operatividad de la mente es muy parecida a la de la superficie de la luna. Tiene la capacidad de reflejar una luz, un brillo, esto es, la luz de la cognición, el brillo de la comprensión. Tiene la capacidad de aportar la instrumentalidad adecuada a la conciencia, de manera análoga a como los sentidos tienen la capacidad de ser instrumentos de sensación. Y es que así como los órganos de los sentidos no perciben por sí mismos, la mente no es por sí misma la fuente, el origen de la cognición. Por eso se habla en Oriente de la mente como el “sexto sentido” o “sentido interior”, y se la llama antakarana, de anta, interior, y karana, vehículo, cuerpo, limitante.