No se advierte mentalmente la No-dualidad debido a que la mente, en sí misma, es un limitante. Cuando una gota de agua cae desde las alturas a un río, se captura la imagen de un objeto relativamente esférico con un tamaño insignificante. Es claro diferenciar a la gota, en su rauda caída, del espacio que la rodea. Igualmente se diferencia la gota respecto del inmenso río que corre más abajo. Sin embargo, y gracias a la gravedad que actúa sobre todos los cuerpos, ambos, río y gota, se funden en uno solo. Se reconoce entonces que la gota se ha hecho una con el río y el río uno con la gota. Nuestro río es excepcional, su cauce no posee contornos extraños y en ninguna parte se advierte obstáculo alguno al paso del agua. El flujo de agua del arquetípico río es completamente laminar y por lo tanto es imposible notar movimiento alguno en su superficie. Parece un inmenso cristal traslucido y sin movimiento.
Es posible advertir y diferenciar el río de las playas que se hacen a su paso. Se observa con claridad que el río posee un cauce; más allá todo es arena. El límite del río es la playa; el límite de la playa es el río. Ahora pasa algo extraordinario: aparece la mar. Mientras el día es tranquilo y no sopla el viento, todo el caudal, convertido en un inmenso cristal que permanece en quietud, desemboca en la mar. El río se ha hecho uno con la mar, la mar se ha hecho una con el río.
¿Dónde está la gota? ¿Dónde está el río? ¡Ninguno de ellos existe ahora! Son mar y nada más que mar. Basta retirar el limitante de forma esférica, y adoptar el fluir laminar con que se desplaza el agua respecto a la playa, para que la gota sea parte indiferenciada del río. Basta retirar el flujo laminar del río, y adoptar el distante horizonte como límite, para convertir el río en mar. De igual manera, basta retirar los cuatro limitantes que circunscriben la experiencia mental del ser humano para que éste reconozca su ilimitada esencia No-dual.