La memoria es la función mental que le impide a un objeto experimentado ser olvidado. Mientras la atención se relacione a la memoria permanecemos sumidos en el pasado. Allí, en ella, evocamos acontecimientos, y según sea el nivel de identificación con lo recordado, puede advertirse incluso la intensidad emocional con la que fueron vividas aquellas experiencias. Es posible gozar cada recuerdo con la intensidad placentera o dolorosa con la que cada uno de ellos fue vivido en su momento. Normalmente, de una evocación pasamos a otra y así sucesivamente, sin que exista necesariamente un control ni un orden en la aparición consciente de los eventos. Cada cadena de pensamientos construida lleva asociada un “yo” que se advierte como poseedor y experimentador de la experiencia. El “yo” pareciera ser el mismo por la simple razón de que evocamos grupos de recuerdos similares. Sin embargo, cada “yo” que emerge en cada palabra, en cada recuerdo, en cada cadena de pensamientos es diferente; se suceden unos a otros al igual que la luminosidad del cielo es diferente a cada segundo que la observamos, pero en virtud de su similitud no reconocemos dicho cambio excepto en la noche, cuando el contraste es profundamente marcado entre luminosidad y su ausencia. Asimismo, el “yo” no es continuo, sino que su presencia se despliega asociada a cada pensamiento. De tanto pensar en lo mismo, de tanto recordar variantes de los eventos más comunes, terminamos por creer que el “yo” es continuo y que los pensamientos giran a su alrededor. Es esta falacia, la creencia de un “yo” continuo, la gran diferencia entre el pensamiento occidental y el oriental.
La memoria
- Publicación de la entrada:17 de marzo de 2015
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