Son pocos los seres humanos que logran llegar a la meditación interior. A veces tan solo un puñado en una generación es capaz de vislumbrar la fuerza de lo Real. Los terrenos y las características de lo que describiré a continuación hacen parte de la vivencia más preciada de mi propia interioridad.
Llegado el instante interior que requiere la responsabilidad de la entrega total que la Concentración ofrece, y dado que no se impide que ello acontezca, entonces surge la pérdida de sí mismo.
El tránsito hacia la Meditación puede ocurrir sin contratiempos, pero es frecuente ser testigo de la propia disolución. La mente, advertida de dicho evento, se resiste, induce el miedo más contagioso: la muerte. Avisada la mente de la extinción total de su naturaleza individual lucha por subsistir, igual que alguien que se ahoga clama por una bocanada de aire.
Dada la comprensión de la propia entrega, de la entrega total, y llegado el momento propicio, nace el estallido interior. El corazón eclosiona, algunas veces haciéndose mil pedazos, y otras la mente se diluye como polvo que el viento se lleva. El viaje al infinito se detecta como una maravillosa expansión que no tiene límite.
Es frecuente notar que el universo interior se expande a cada instante que acontece. Legiones de seres y miríadas de planetas van pasando como quien describe los números de uno en uno. La expansión hace notar las diversas intensidades en que la Meditación se va descubriendo.
Regiones inadvertidas de espacio se hacen visibles a la luz interior y el tiempo se detiene para hacerse infinito. Universos acontecidos y otros por nacer dejan huellas como pisadas en fango seco que advierten su existencia. Sin importar dónde esté la vista interior todo se conoce, todo se relaciona con lo restante, todo se percibe simultáneamente.