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La meditación exterior

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En la Meditación Exterior, las fronteras que delimitan la Concentración Exterior se disuelven y pareciera un gas que, estando atrapado en un salón, ahora se expande gracias a que una ventana o las puertas se abren, dando pie a que la conciencia habite más allá de lo que los sentidos pueden normalmente percibir. A modo de ejemplo, recuerdo una experiencia al respecto que es muy ilustrativa. En aquel momento me encontraba en la cima de un monte esperando a que algunos jóvenes que subían caminando con los ojos vendados llegaran para finalizar un ejercicio. Mientras tanto, y sin pedir permiso, la mente empezó a detectar las diversas formas de vida que revoloteaban más allá de las montañas que divisaba. Escuchaba el paso de cientos de miles de hormigas, algunos venados que caminaban apaciblemente a decenas de kilómetros de distancia, innúmeros pájaros sobre diversas ramas en diversos bosques. Cada vez se integraban más organismos vivos a la experiencia en cosa de centésimas de segundo y, de un momento a otro, lo hicieron también el viento y el suelo mismo que pisaba a un ritmo que desconocía. Poco a poco se integraban más objetos de toda índole y cada uno de ellos se experimentaba simultáneamente a los restantes.

Desafortunadamente, los estudiantes llegaron y me aboqué a salir de la Meditación Exterior. Seguramente, de haber seguido en ella hubieran llegado a integrarse ríos, montañas, la Tierra misma, planetas y miles de galaxias hasta llegar a la cumbre de la Meditación, a la infinitud del nirvikalpa samadhi.

La Meditación Exterior crece a velocidades insospechadas llevando en pocos momentos sus fronteras a la infinitud. Navegando en lo absoluto del universo, lentamente el sistema nervioso aprende a través de los años a sostener con naturalidad dicho evento y a responder ante los sucesos que se presentan en la cercanía del cuerpo y de la mente, y que conviven en el instante de la experiencia.