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La inacción

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Corresponde a la actitud de negación de la acción que ostenta el sujeto a la hora de abordar su propia responsabilidad como ente vivo. Existir como individuo implica una responsabilidad cuya expresión natural es el movimiento y la actividad ante el impulso de la manutención de la propia vida. La acción es, en sí misma, parte integrante de todas las infinitas esferas de existencia manifiestas en el universo. Negar el propio deber, la propia responsabilidad a expresarse en el mundo, a conocerlo y conocerse, limita la vida y convierte a quien así la vive en menos que una simple piedra, pues el mineral cumple al menos con el propio deber de inmovilidad que la naturaleza le exige.

Es la acción misma lo que pone en movimiento al universo entero. Son las acciones asociadas a placer y dolor las que constituyen la fuente de todo movimiento y experiencia. Sin embargo, al hablar de inacción no nos referimos a un inmovilismo textual, sino a la pretensión de inhibir la acción que debe ser realizada en respuesta a las responsabilidades asumidas y por el deber mismo de existir como individuo.

El hecho de tener un cuerpo implica una responsabilidad de cuidarlo y atenderlo en justa medida. No podemos negar las necesidades corporales como el hambre o el cansancio aduciendo falta de tiempo para cobijarlas. Negar la responsabilidad que tenemos para con el cuerpo induce un tipo de encadenamiento entre actor y acción no realizada que produce karma por omisión. Es decir, hay encadenamiento kármico entre el actor y la acción no realizada.