El ser humano vive generalmente en busca de metas. El logro de los objetivos y el esfuerzo por conseguirlos tiñen de sentido la vida de la mayoría de personas y dan al individuo una razón para continuar en el azaroso mar de la subsistencia. Todo va relativamente bien si existen metas claras y caminos definidos; de no ser así, de no haber ni metas claras ni caminos definidos, la vida se convierte en un dilema donde la lucha por el poder y el control de tiempo y lugar crean enfrentamientos y divisiones.
Nadie suele estar contento con lo que tiene. Si alguien lo tiene todo, teme perderlo o teme morir o enfermar. La ignorante apreciación de identificar lo real con la mente, la psique, el prana o la materia, hace que los acontecimientos de la vida puedan ser manipulados a conveniencia personal. Interpretar incorrectamente el fluir presencial de la vida acomodándolo a las necesidades egoístas induce a la manipulación del presente, superponiendo en él una inexistente realidad construida por un entorno fantástico donde la ilusión confunde la alucinada mente de quien la recrea como válida.
Así como inventamos cada noche los personajes de nuestro particular sueño, así modelamos la interpretación de nuestra realidad ajustándola a las personales necesidades. El presente posee la inmensidad del no-límite. El presente no se puede manipular. La única opción inteligente es reaccionar ante él sin que opere un sentido de apropiación.