Las cosas que percibimos no son el nombre ni la forma con las que las definimos mentalmente. El nombre que otorgamos a los objetos es una modalidad de información constituida por un vocablo; la forma no pasa de ser la información que delimita sus contornos. El universo es, entonces, un océano de información que adopta innumerables probabilidades de existencia formal y potencial según sea la interpretación mental que planteemos de la realidad.
La información puede expresarse como color, peso, forma, velocidad, energía, alegría y miles de características más que proyectamos a los objetos con los que cotidianamente convivimos. Podemos incluso ir más allá, y afirmar que el cerebro y la mente son información que detecta, fija, procesa y sintetiza información.
Es asombroso analizar las realidades contenidas en el lugar actualmente definido como “ciberespacio”, un universo de eventos virtuales que se aglomeran en algún lugar que no es un lugar, en un tiempo que no es un tiempo. Allí, en el ciberespacio, se guardan recuerdos que traen sentimientos variados, claves que nos dan acceso a las cuentas bancarias, diseños de edificios y de todo tipo de maquinaria. Allí fluye la música, la creatividad del ser humano, e incluso su locura. ¿Y de qué está compuesto ese mundo?, ¡de información! Información que la mente-cerebro cataloga como realidades mensurables pero que, en esencia, no pasan de ser potencialidades, probabilidades de vida que se asumen como verdaderas en el momento que las conocemos y representamos mentalmente.